Jorge Pimentel, al autor de este poema, pertenece a la generación del 70 o, para ser mas exactos, a la del 68. Una generación de jóvenes que en casi todo el mundo soñaba con la revolución. De hecho, intentaron hacer realidad este sueño precisamente en el 68, año en el que se sucedieron las asonadas universitarias en muchos países, siendo la mas conocida la ocurrida en el gran barrio Latino de París, (el Mayo francés). Ni que decir que si algo no le falto a esta generación fueron íconos revolucionarios: desde el Che Guevara hasta Ho chi min. Sin embargo, había un binomio que reivindicaban especialmente por todo lo alto: Rimbaud y Marx. “Ya se sabe que mi generación leyó a Marx y a Rimbaud hasta que se le revolvieron las tripas”, comenta un personaje de Los Detectives Salvajes la famosa novela de Roberto Bolaño. Nuestro inolvidable Oswaldo Reynoso continuamente sacaba a relucir al sentido binomio, a manera de consigna, en sus conversaciones. Este poema de Jorge Pimentel con sus obreros huelguistas, su estudiante sanmarquino acusando de “alienados” a los burócratas –termino eminentemente marxista- y la todopoderosa presencia del poeta de Asís puede verse como un pequeño cristal de los sueños y aspiraciones revolucionarias de esa generación.
Rimbaud en
Polvos Azules
Jorge Pimentel
Rimbaud apareció en
Lima un 18 de julio de mil novecientos setenta y dos.
Venía calle abajo con un sobretodo negro y un par de botines marrones.
Se le vio por la Colmena repartiendo volantes de apoyo a la huelga
de los maestros y en una penosa marcha de los obreros trabajadores
de calzado El Diamante y Moraveco S. A., reapareciendo en la plazuela
San Francisco dándole de comer a las palomas y en un cafetín donde rociaba
migajas de pan en un café con leche mientras entre atónito y estupefacto
releía un diario de la tarde. Las personas que lo vieron aseguran que denotaba
cansancio y que fumaba como un condenado cigarrillo tras cigarrillo.
Pálido como una hermelinda, de contextura delgada, entre las manos portaba
un libro de tapa gruesa. Luego hizo un ademán con la mano pidiendo la cuenta.
Pagó 13 soles y 50 ctvos, y luego partió, y una muchacha al reconocerlo le
tendió
la mano y le ofreció posada y su cuerpo a lo que él respondió invadiéndola
de luces anaranjadas. Llovía. Y las pocas personas que en esos momentos
contemplaban la escena -serían unas 15, de 20 no pasan- reunidos bajo el toldo
de la chingana armaron un tremendo barullo llamándolo Arturo, Arturo Rimbaud.
Y sus pasos fueron lentos mientras enrumbaba por el Jr. Leticia y la calle Caquetá
en el Rímac. Casi todos los que se encontraban reunidos coincidían en afirmar
que su aparición podría traer funestas consecuencias al sistema y al orden
establecido y que mejor era dar parte a la policía. Y la descripción que de él
dio un político coincidía con las que se dan para atrapar a un maleante.
La del empleado del Ministerio de Educación fue que en su abundante cabellera
pendía un turbante turco, y una argolla de bronce aparecía en una de sus
orejas.
A lo que un joven estudiante de San Marcos prorrumpió amenazadoramente
aseverando
que todos ellos estaban alienados y que más bien había que cumplir
al pie de la letra la aseveración de Juan Nicolás Arturo Rimbaud "Hay que
cambiar
la vida" para lo cual había que destruir todo un sistema inhumano injusto
y atroz.
¡Linda manera de hacerse oír! terció la voz de un anciano, y un muchacho
de secundaria dijo ¡Buena, tío! y la muchacha que fue invadida de luces
anaranjadas extrajo un lápiz de labios de su cartera corriendo hasta llegar
a un muro donde inscribió esta significativa palabra
FIN
Madrid, 1973
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