No pocas de las
mejores páginas de Arguedas tienen como personaje principal a un terrateniente.
Este surge en ellas como una figura atávica, patriarcal, con atribuciones
señoriales sobre la vida de los indios a su servicio. Y si bien, en los
cuentos, suele ejercer las mismas con total abuso y sevicia, es en las novelas
que esto se matiza o implica, en todo caso, un pathos especial. ¿Pero es solo
una cuestión de géneros? ¿Se impone aquí la ventaja de la novela en punto a la
elaboración de los personajes? Los indios, sin embargo, siguen siendo
objetivamente los mismos: victimas siempre de algún tipo de explotación o
maltrato. Y aún si alguno se rebela, se educa o simplemente se destaca por
algún don personal en las novelas, no dejamos de percibirlo dentro de un
horizonte afectivo más grande. En otras palabras, reconocemos en él, de algún modo, a los indios
de los cuentos, ya sea por su sentido de pertenencia a la comunidad o a la
naturaleza. Todos
los indios, el indio.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma, de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Dos terratenientes arguedianos
Vivaldi
Vivaldi, tuyo es el violín
tuya la música, tuyo el poder
de reconciliar a la falena con la
sin fin
belleza de la pálida Astarté
Tuyos los días en que tras el
atril
veías despuntar ese dechado
de hermosura que era el arco
y el secular violín
sobre el hombro de una ninfa
encrucijados
La inmortal belleza apuraba
para ti
todas sus posibilidades
Ebrio casi de ella, te dabas al
insaciable
rito de restañar en el violín
las distancias más infranqueables…
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