A un muchacho andaluz - Luis Cernuda

 Te hubiera dado el mundo,

muchacho que surgiste
al caer de la luz por tu Conquero,
tras la colina ocre,
entre pinos antiguos de perenne alegría.
Eras emanación del mar cercano?
Eras el mar aún más
que las aguas henchidas con su aliento,
encauzadas en río sobre tu tierra abierta,
bajo el inmenso cielo con nubes que se orlaban de
rotos resplandores.
Eras el mar aún más
tras de las pobres telas que ocultaban tu cuerpo;
eras forma primera,
eras fuerza inconsciente de su propia hermosura.
Y tus labios, de bisel tan terso,
eran la vida misma,
como una ardiente flor
nutrida con la savia
de aquella piel oscura
que infiltraba nocturno escalofrío.
Si el amor fuera un ala.
La incierta hora con nubes desgarradas,
el río oscuro y ciego bajo la extraña brisa,
la rojiza colina con sus pinos cargados de secretos,
te enviaban a mí, a mi afán ya caído,
como verdad tangible.
Expresión amorosa de aquel mismo paraje,
entre los ateridos fantasmas que habitaban nuestro
mundo,
eras tú una verdad,
sola verdad que busco,
mas que verdad de amor, verdad de vida;
y olvidando que sombra y pena acechan de continuo
esa cúspide virgen de la luz y la dicha,
quise por un momento fijar tu curso ineluctable.
Creí en ti, muchachillo.
Cuando el amor evidente,
con el irrefutable sol del mediodía,
suspendía mi cuerpo
en esa abdicación del hombre ante su dios,
un resto de memoria
levantaba tu imagen como recuerdo único.
Y entonces,
con sus luces el violento Atlántico,
tantas dunas profusas, tu Conquero nativo,
estaban en mí mismo dichos en tu figura,
divina ya para mi afán con ellos,
porque nunca he querido dioses crucificados,
tristes dioses que insultan
esa tierra ardorosa que te hizo y te hace.
Luis Cernuda

Vientos del pueblo (Dedicatoria) - Miguel Hernandez

                                                                          Dedico este libro

                                                               A Vicente Aleixandre

 

Vicente: A nosotros, que hemos nacido  poetas  entre todos  los hombres, nos ha hecho poetas la vida  junto a todos los hombres. Nosotros venimos  brotando  del manantial  de las guitarras  acogidas  por el pueblo, y cada poeta  que muere  deja en manos de otro, como una herencia, un instrumento que viene rodando desde la eternidad de la nada a nuestro corazón esparcido. Ante la sombra de dos poetas, nos levantamos otros dos, y ante la nuestra se levantaran otros dos mañana. Nuestro cimiento será siempre el mismo: la tierra. Nuestro destino es parar en las manos del pueblo. Solo esas honradas manos pueden contener lo que la sangre honrada del poeta derrama vibrante. Aquel que se atreve a manchar  esas manos, aquellos que se atreven a deshonrar esa sangre, son los traidores asesinos del pueblo y la poesía, y nadie los lavara: en su misma suciedad quedaran cegados. Tu voz y la mía irrumpen  del mismo venero. Lo que echo de menos en mi guitarra, lo hallo en la tuya. Pablo Neruda y tú me habéis  dado imborrables pruebas de poesía, y el pueblo hacia el que tiendo todas mis raíces alimenta y ensancha mis ansias  y mis cuerdas con el soplo cálido de sus movimientos nobles.

Los poetas  somos viento del pueblo: nacemos  para pasar soplando  a través de sus poros y conducir sus ojos  y sus sentimientos  hacia las cumbres màs hermosas. Hoy, este hoy de pasión, de vida, de muerte, nos empuja de un imponente modo  a ti, a mí, a varios, hacia al pueblo. El pueblo espera a los poetas  con la oreja  y el alma tendidas al pie de cada siglo.


                                                                           “Vientos del Pueblo”, Miguel Hernàndez


La sacerdotisa

  Eran los días de la pandemia, días inciertos de zozobra general con todos nosotros encerrados, enclaustrados,                 ...