Estamos en pleno siglo XVI . Las costas del Pirú atraen a numerosos españoles de toda condición con un solo propósito: capturar su primer botín y empezar así a labrar su fortuna a costa de lo que sea. El alguna vez poderoso dominio de los incas ya toca a su fin. Son los primeros días de un nuevo tiempo marcado por el cataclismo de la Conquista.
Son asimismo los días de las primeras uniones matrimoniales entre los españoles vencedores y las hijas de los incas vencidos. Matrimonios por conveniencia, por lo general, ya que estas descienden de la nobleza inca y conservan, en consecuencia, algunos privilegios: tierras, títulos, nombradía, etc. Nuestro autor, el Inca Garcilaso de la Vega, es fruto de uno de estos matrimonios, vale decir, aunque mestizo, no es un bastardo. De hecho, él forma parte de una primera generación de mestizos privilegiados que con el tiempo pasarán a España y tratarán de forjarse una posición allí. ¿Logró el Inca todo lo que se propuso al viajar muy joven y pleno de promesas a España? ¿Fue la frustración de no poder lograr su cometido lo que influyó para que, hacia el final de su vida, volviese la mirada a su pasado en el Perú y se entregase a la escritura?
Insistimos: nuestro autor no fue un engendro cualquiera
de la Conquista, sin memoria de su origen como tantos otros mestizos bastardos
o renegados. No sufrió la encrucijada de sus dos sangres de la misma forma que
estos: como una maldición o un desgarramiento fatal. Nacido en el seno de un
hogar formal, la memoria de su doble origen, lejos de perderse en el cataclismo
de la Conquista, volvía con las voces de sus seres queridos: la voz de su madre
india, la de su padre español, la de su tío materno el “Inca viejo”, etc. Su
hogar era un crisol de historias y relatos sobre un tiempo que ya no volvería
jamás (un tiempo que iba desde el gran esplendor de los incas pasando por la
conquista de estos a manos de los españoles hasta las guerras civiles que
protagonizaron estos últimos). O al menos así es como evoca nuestro autor el
hogar familiar en muchos pasajes de su obra magna Comentarios Reales de los Incas. ¿Toma partido en esta obra por
alguna de las dos sangres que confluyen en él?, ¿por la sangre de los vencidos?,
¿por la de los vencedores?
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Afirmaba el poeta Reiner María Rilke que la verdadera
patria de todo hombre es la infancia. Louise Glouk, poeta estadounidense, es
acaso más radical y señala: “miramos el mundo una sola vez, en la infancia. El
resto es memoria”. La reedición del primer libro de Albert Camus, El revés y el derecho, incluye un
sentido prefacio escrito por él. Para entonces habían transcurrido varios años
desde la publicación de ese libro de su juventud y, en cierta parte del
prefacio, Camus se expresa como sigue: “...por lo menos sé esto con
conocimiento cierto: que una obra de hombre no es otra cosa que esa larga
marcha para volver a encontrar por los rodeos del arte, las dos o tres imágenes
sencillas y grandes a las cuales el corazón se abrió una primera vez”.
En todas estas
referencias respira un mismo sentimiento: la nostalgia por lo años tempranos de
la vida. Y suele ocurrir que mientras declina indefectiblemente esta última,
dicha nostalgia tiende a aumentar. Una de las sagas más logradas de la
literatura europea del siglo anterior lleva por título En busca del tiempo perdido. Su autor, Marcel Proust, pasó los
últimos años de su vida, retirado y enfermo, dando cima a este sentido monumento
a la memoria de sus años juveniles. ¿Y nuestro Inca Garcilaso de la Vega? ¿No
fue movido por la nostalgia que redactó su obra magna Comentarios Reales de los Incas? ¿No es esta una historia del Perú
de entonces redactada en clave de memoria personal? ¿Hay en la obra evidencia
para sostener esto?
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Sabemos que cuando el Inca Garcilaso de la Vega empezó a
redactar sus Comentarios Reales de los
Incas tenía alrededor de sesenta años de edad. Así, ya habían transcurrido
varios años desde que abandonó el Perú para instalarse en España: contaba
nuestro autor con veinte años de edad cuando emprendió este viaje sin retorno.
Sin embargo, la distancia no fue obstáculo para lanzarse a escribir sobre la
tierra que lo vio nacer y donde transcurrieron sus primeros años de vida. Por
el contrario: escribir sobre ella y, en especial, sobre su historia bajo el
dominio de los incas y la suerte que sufrieron estos a manos de los españoles
¿no supuso para él una suerte de regreso al hogar y a las increíbles historias
que allí se contaban? ¿no fue la memoria que guardaba de estas historias la
base de su obra?
...yo las oí en mi
tierra a mi padre y a sus contemporáneos, que en aquellos tiempos la mayor y
más ordinaria conversación que tenían era repetir las cosas más hazañosas y
notables que en sus conquistas había acaecido (…) y yo, como digo, las oí a mis
mayores, aunque (como muchacho) con poca atención, que si entonces la tuviera
pudiera ahora escribir otras muchas cosas de grande admiración, necesarias en
esta historia. Diré las que hubiere guardado la memoria, con dolor de las que
he perdido. (Garcilaso, 1976, p 13)
Desde las primeras páginas de la obra se advierte un
esfuerzo de equidad o de justicia por parte del autor. No es su intención poner en duda el dominio
de la corona española y la misión de la Iglesia en el Perú, por el contrario.
Sin embargo, no por ello va escamotear el indudable esplendor que tiene para él
la historia de los incas, y la contará de un modo especial: nimbada por el
lejano recuerdo de los años en que la oyó por primera vez de boca de sus parientes. Años de
infancia y juventud en su hogar cuzqueño. De hecho, donde muchos cristianos ven
una ruptura con el pasado bárbaro a propósito de la Conquista, nuestro autor ve
una solución de continuidad: la labor civilizadora en el Perú no empezó con la
Conquista, sino con el incario. Fue durante el incario que se logró unificar
bajo un solo mando a los distintos pueblos aborígenes y rescatarlos “de su vida
ferina” (Garcilaso, 1976). En esa medida, nuestro autor, en no pocos pasajes de
su obra, parece justificar el expansionismo inca por su carácter civilizador.
Huayna Cápac estuvo
algunos días en la isla dando orden en el gobierno de ella conforme a sus leyes
y ordenanzas. Mandó a los naturales de ella y a sus comarcanos, los que vivían
en tierra firme, que era una gran behetría de varias naciones y diversas
lenguas (que también se habían rendido y sujetado al Inca), que dejasen sus
dioses, no sacrificasen carne ni sangre humana ni la comiesen, no usasen el
nefando, adorasen al Sol por universal Dios, viviesen como hombres, en ley de
razón y justicia. (Garcilaso, 1976, p 216)
Se diría que, para él, la verdadera barbarie es anterior
al incario. De hecho, no deja de demonizar a aquellos pueblos que se resistían
o se rebelaban contra el dominio de los incas.
Fueles dicho por el
demonio que lo acometiesen, que saldrían con su empresa porque tendrían el
favor y amparo de sus dioses naturales; con lo cual quedaron aquellos barbaros
tan ensoberbecidos que estuvieron por acometer el hecho. (Garcilaso, 1976, p
217)
Sin embargo,
mientras la demonización que emprende un Pedro Sarmiento de Gamboa contra el
linaje inca responde a una consigna política, cuando no a una cuestión de
estado, la de nuestro autor tiene un carácter subjetivo: responde a una agenda
personal de vindicación de su origen inca, y esto sin perjuicio de su origen
español. Así, se diría que el propósito del Inca Garcilaso de la Vega con su
libro tiene que ver menos con la política o la historia que con un sentimiento
personal de nostalgia: es una cita con su pasado que es al mismo
tiempo el pasado de su tierra natal. Sin embargo, ya decía Borges que los
propósitos del autor con relación a su obra cuentan muy poco o nada en el
inexpugnable devenir de la historia. Y los Comentarios
Reales de los Incas con el andar de los años se convirtió en un relato casi
subversivo: alentó en muchos caciques indígenas el orgullo por su linaje inca, y uno de estos –José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II- llegó a liderar
la más grande rebelión andina durante la colonia. De hecho, sofocada dicha
rebelión, la circulación o la sola mención del libro fue prohibida por las
autoridades virreinales.
Referencia
De la Vega Garcilaso Inca (1976). Comentarios Reales I y II. Fundación Biblioteca Ayacucho.
