La chispa brotó de letras

 


Entonces

una mañana cualquiera
de junio
hubo un movimiento inusual
en el segundo piso
del pabellón B:
el piso
de los letramaniacos,
de los letraheridos,
de andar contrariado
y enamorado,
y futuro mas bien
incierto.
De pronto,
algunos de ellos
bajaron al centro
del claustro villano
y como nunca
se constituyeron
en tropa movilizada.
¡Tropilla
de literatos en ciernes
de presente también
incierto,
a punto de caer
en la inanidad total
por obra
de las autoridades de turno!

No,
no era una tropa todavía,
pero se iba pareciendo a una
conforme alzaban la voz
he impartían sus arengas
y consignas
a los demás estudiantes,
y ganaban una luz apretada
y cierta
para el claustro villano.

"¡La Villa es del pueblo
y no de los corruptos!"

No cantaban,
pero su marcha
parecía gravitada en canto.
Arenga sobre arenga,
consigna sobre consigna,
la tropilla de estudiantes
avanzaba
por el claustro villano
y en ellos había
una línea de Varela
y otra de Vallejo.
¿Abandonarían
el claustro
y ganarían la calle?
Eran muchos más
los afectados,
los casi afantasmados
por la desidia
y el desprecio
de las autoridades,
pero los que conformaban
esa tropilla
eran pocos, muy pocos,
¡poquísimos!
¿Movilizar la dignidad
es indigno
en nuestro tiempo?
La dignidad, la entereza,
la pureza,
¡el tesoro de calor
y emoción
de la juventud enamorada
y combativa!
Acaso no lo sabían
pero en ellos alentaba
la dignidad
de su alto ministerio
entre los hombres,
¡querían afantasmarlos
y con ellos
la dignidad misma
de nuestras letras!
La víspera
todavía callaban
ante la indiferencia
y el desprecio,
y se miraban con alarma
y algo de vergüenza.
Ahora pasaba
todo lo contrario
y la pureza de su canto
electrizaba el aire
a su alrededor
y ganaba destellos
de poesía
para el claustro villano.
Generaciones
de estudiantes de letras
pasaron por allí,
pero acaso sea la de ellos
la llamada a defender
estas últimas
del desprecio
y la deshumanización total.
De pronto,
se dirigieron
entre arengas
a la puerta principal.
Traspasaron el umbral
y sobre sus pasos
se abrió una calle.

"¡La Villa es del pueblo
y no de los corruptos!"

Ancha, esplendorosa
e interminable,
era la calle de la esperanza.






La sacerdotisa

  Eran los días de la pandemia, días inciertos de zozobra general con todos nosotros encerrados, enclaustrados,                 ...