La impronta del idealismo alemán en el "Ariel" de José Enrique Rodó

 Estamos en el año  1900

Ha pasado más de medio siglo de la gesta independentista que acabó con el dominio de la corona española sobre gran parte de Latinoamérica, y la promesa que entonces representaba nuestra región de algo nuevo y mejor con relación al pasado colonial y la misma Europa aún no se ha cumplido. Sin embargo, ese mismo año el uruguayo José Enrique Rodó publica Ariel, libro donde el autor confirma que dicha promesa está intacta, pues, así como hay una juventud individual hay una juventud de los pueblos, y Latinoamérica como pueblo, como sociedad, es todavía joven.

Como se ve, a pesar de las guerras fratricidas que ensangrentaron el suelo latinoamericano las últimas décadas del siglo XIX –Guerra del Pacifico, guerra del Chaco, etc- Rodó aun concibe a Latinoamérica como una unidad. En ese sentido, es consecuente con la idea de la Patria Grande que tenían nuestros libertadores (una idea con una carga revolucionaria todavía vigente). Sin embargo, mientras que en ellos dicha idea no estaba huérfana de una praxis revolucionaria, en Rodó se halla a la sombra de un idealismo ya para entonces decadente: el idealismo romántico alemán. Y es que Rodó parece arrastrar esa impronta del siglo pasado a lo largo de su texto. Así, en el presente artículo, trataremos de evidenciar las formas que adopta dicha impronta en el Ariel.

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En las primeras páginas del Ariel hay un pasaje que a nuestro juicio equivale a una petición de principio: “La civilización de un pueblo adquiere su carácter, no de las manifestaciones de su prosperidad o de su grandeza material, sino de las superiores maneras de pensar y de sentir…”. Y si bien Rodó a continuación parafrasea a Comte, se diría que el positivismo del francés se destaca a lo largo del texto sobre un fondo de idealismo consumado.

En el caso de nuestros libertadores, recordemos, las ideas por sí solas no bastaban: estas se templaban en la fragua de la realidad inmediata –su liderazgo en la gesta independentista o en la gestión gubernamental así lo exigía- en tanto que Rodó parece abandonarse a las suyas sin mayor reparo (tentación, esta última, en la que suelen caer muchos intelectuales).

Allí está el caso de José Gervasio Artigas, uruguayo como Rodó, figura indiscutible de la gesta emancipadora latinoamericana: este general entendía que dicha gesta implicaba también la reivindicación económica de los trabajadores del campo e impulsó la primera reforma agraria de nuestro continente, entre otras medidas revolucionarias. Eduardo Galeano, en su libro Las Venas Abiertas de América Latina se expresa de este líder uruguayo en los siguientes términos: “Artigas quiso echar las bases económicas, sociales, y políticas de una Patria Grande en los límites del Virreinato del Rio de la Plata…Luchó contra los españoles y los portugueses, y finalmente sus fuerzas fueron trituradas por el juego de pinzas de Rio de Janeiro y Buenos Aires, instrumentos del Imperio Británico, y por la oligarquía que fiel a su estilo, lo traicionó, no bien se sintió a su vez traicionada por el programa de reivindicaciones sociales del caudillo”.

Paradójicamente, luego de empezar su texto con un ánimo renovador y reafirmando la promesa que representa nuestro continente de cara al futuro, Rodó objeta las nuevas corrientes políticas o ideológicas que entonces se abrían paso por el mundo. Objeta sobre todo un rasgo particular que estas, a su juicio, comparten: el igualitarismo.

Para Rodó el igualitarismo equivale a rebajar la alta cultura de una sociedad cuando no a equipararla con la vulgaridad del pueblo llano, de la plebe. La experiencia del igualitarismo jacobino durante los días de la revolución francesa aun le produce horror y no duda en juzgarla como una utopía que el idealismo alemán se encargó de rectificar. Destaca a Carlyle y su noción de la superioridad individual mientras que hace escarnio de Prudhomm. Sí, Carlyle, el mismo de quien Jorge Luis Borges señala lo siguiente en el texto, “Dos libros”, incluido en su volumen de ensayos Otras inquisiciones: “Este, en 1843, escribió que la democracia es la desesperación de no encontrar héroes que nos dirijan,…, anheló un mundo que no fuera “el caos provisto de urnas electorales”, abominó de la abolición de la esclavitud,…,ponderó la pena de muerte,…,e inventó la Raza Teutónica”. 

Sin embargo, aunque los ecos de la revolución francesa aún resuenan por el mundo, según Rodó, hay otra forma del igualitarismo que avanza y se cierne como una amenaza real sobre el futuro de la humanidad: “La ferocidad igualitaria no ha manifestado sus violencias en el desenvolvimiento democrático de nuestro siglo, ni se ha opuesto en formas brutales a la serenidad y la independencia de la cultura intelectual. Pero, a la manera de una bestia feroz en cuya posteridad domesticada hubiérase cambiado la acometividad en mansedumbre artera e innoble, el igualitarismo en la forma mansa de la tendencia a lo utilitario y lo vulgar, puede ser un objeto real de acusación contra la democracia del siglo XIX”.

Para Rodó esta forma “mansa” del igualitarismo tiene su modelo en la democracia estadounidense. Y objeta que este sea el modelo que muchos propongan para el desarrollo de Latinoamérica. Y para sustentar su postura, el autor uruguayo invoca, como no, a un fantasma del romanticismo alemán: el genio nacional (Volksgeist).

Postulado por primera vez por Herder a fines del siglo XVIII, la idea de “genio” recurrirá en las páginas del movimiento romántico alemán: con ella muchos de sus autores harán referencia al alma colectiva de un pueblo o una nación (en su caso particular, por cierto, lo que les interesa exaltar es el genio alemán).

Pues bien, será este fantasma de corte romántico el que Rodó invoque casi un siglo después e infiera por reiterada vez a sus lectores latinoamericanos. “Su genio podría definirse como el universo de los dinamistas, la fuerza en movimiento” señala Rodó tratando de caracterizar el genio de la nación estadounidense.  En otro pasaje de su libro se muestra crítico con relación al genio de esta nación en particular: “La idealidad de lo hermoso no apasiona al descendiente de los austeros puritanos. Tampoco le apasiona la idealidad de lo verdadero. Menosprecia todo ejercicio del pensamiento que prescinda de una inmediata finalidad, por vano e infecundo… La investigación no es para él sino el antecedente de la aplicación utilitaria”.

Y es que para Rodó también hay un genio hispanoamericano que, a su juicio, no se aviene con el igualitarismo-utilitarismo de la democracia yanqui. Señala el autor uruguayo al respecto lo siguiente: “Comprendo bien que se adquieran inspiraciones, luces, enseñanzas, en el ejemplo de los fuertes… Pero no veo la gloria, ni en el propósito de desnaturalizar el carácter de los pueblos, -su genio personal- para imponerles la identificación con un modelo extraño al que ellos sacrifiquen la originalidad irreemplazable de su espíritu”. Y aunque Rodó no niega la democracia ni mucho menos, sí cree que es preciso educarla en los elevados valores del espíritu para así evitar su degeneración por el igualitarismo-utilitarismo. Y no es otra la labor la que, a su juicio, compete a las nuevas generaciones de latinoamericanos.

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En síntesis, en vano se buscará en el Ariel un análisis que eche luz sobre la situación geopolítica de América Latina o una propuesta de medida política concreta. En sus páginas, las ideas brillan bajo los resplandores de un estilo modernista, pero debajo de estas no hay mayor soporte económico o político que las sustente, más allá de la idea de la unidad Latinoamericana. Por el contrario, Rodó parece volverse con delectación no tanto al positivismo de Comte como al idealismo romántico alemán y desde allí trata de defender su idea de la independencia del genio hispanoamericano ante la influencia poderosa del genio yanqui. Por último, considera que la democracia como régimen político está bajo examen, vale decir, que aún es preciso educarla y reformarla. Sin embargo, dada su marcada idea de superioridad individual, se advierte que Rodó está dispuesto a abandonar dicho régimen ante la primera amenaza igualitarista que se cierna sobre la alta cultura y sus espíritus selectos. Es, lamentablemente, lo que ocurrirá en el siglo XX cuando muchos de estos últimos abrasen el fascismo.

 


 

 

 

 

 

 

 


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