Nuestro norte es el sur I

 

En un ensayo sobre Walt Whitman, Borges señala lo siguiente: "Los hombres de las diversas Américas permanecemos tan incomunicados que apenas nos conocemos por referencia, contados por Europa". Exacta en su momento, dicha afirmación no deja de ser en gran medida cierta y actual si la reformulamos en los siguientes términos: los hombres de las diversas Latinoaméricas permanecemos tan incomunicados que apenas nos conocemos por referencia, contados por el norte blanco y opulento. En efecto, ¿no es esto último “contarnos” lo que hacen CNN en español, Telemundo, Univisión, Voz de América, entre otros canales de noticias en español? Todos ellos con sede en los Estados Unidos, y cuya información es retransmitida, agenciosamente, por nuestros canales locales (para no hablar de la web y las redes sociales ¿o no es cierto que WhatsApp propone a sus usuarios seguir las noticias de estos canales en su aplicación?). Así, mucho del conocimiento que los latinoamericanos tenemos de otros latinoamericanos pasa, en gran medida, por el relato elaborado en las agencias de noticias estadounidenses. Un relato signado por la manipulación como ya lo advertía ese otro gigante de la literatura argentina, patriota latinoamericano, Julio Cortázar (ver en Youtube la última entrevista que concedió a la televisión en un canal español junto a Ernesto Cardenal).

Sin embargo, en América Latina no faltan canales de noticias alternativos o contrahegemónicos como Telesur, nuestro norte es el sur. ¡Nuestro norte es el sur! Más aún: no falta quien movilice consigo esta consigna a su paso por la Patria Grande a modo de un heraldo de la unidad latinoamericana. ¿No es eso lo que hicieron en su momento Hugo Chávez, Rafael Correa o Evo Morales, entre otros patriotas latinoamericanos de los últimos lustros? ¿Acaso no fuimos muchos los que nos iniciamos con ellos en la conciencia de la unidad latinoamericana? Pues, personalmente acabo de conocer otro ejemplo de esta significativa praxis: el de nuestro camarada Samuel Cortez y su travesía por el gran sur andino.

"Tengo una wiphala en mi habitación en México", me dijo nuestro camarada no sin cierto orgullo. Y, ante mi emoción, añadió: "También tengo un mapa del Perú".

Bajo ese arco de tantos días como duraba esa travesía solitaria, nuestras distintas nacionalidades se fundían en su corazón en una sola. Una sola gran nación multicolor. Una sola nación en permanente disputa, con sus presos políticos y sus políticos presos; sus exilios económicos y sus autoexilios poéticos; con aquellos que son extraños en su propia tierra, reprimidos o asesinados en su propia tierra. En ese sentido, no dejé de agradecer a nuestro camarada la solidaridad mostrada por el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador con sus compatriotas peruanos.

Los conservadores son los mismos en toda América Latina y aquí en el Perú han revelado su peor rostro. 

Testigo a la distancia del brutal asedio golpista que sufrió el gobierno de Pedro castillo, AMLO no dudó entonces en prestar su voz a la causa de la democracia en el Perú. Esto a propósito de una carta que le enviara el propio presidente Castillo y que su homólogo mexicano dio a conocer en una de sus habituales conferencias de prensa. Así, mientras las iras de los conservadores –su poderoso brazo mediático sobre todo- se encarnizaban con el gobierno de Castillo, y con él mismo, en el concierto internacional la única voz que denunciaba esta situación era la de AMLO.  Y la situación degeneró hasta la remoción del presidente legítimo Pedro Castillo por un congreso mafioso y su sustitución por la vicepresidenta Dina Boluarte, quien no honró su palabra de renunciar en tales circunstancias para precipitar así una convocatoria inmediata a nuevas elecciones: sobre la traición de esta, los conservadores empezaron a montar un régimen espurio a su medida. En seguida, miles de peruanos, en distintas ciudades del país, ganaron las calles con un solo propósito: defender su voto y rechazar el ascenso a la presidencia de la república de la traidora con los auspicios del congreso y la gran prensa corporativa. No llevaban armas, ni tenían lideres visibles, solo tenían su “formula famélica de masa” y dos emblemas: la bandera oficial del Perú y la whiphala. La violencia represiva que desataron entonces las fuerzas del orden costó la vida de decenas de ciudadanos.

Al día de hoy, la sangre de las víctimas aun clama por justicia.




La sacerdotisa

  Eran los días de la pandemia, días inciertos de zozobra general con todos nosotros encerrados, enclaustrados,                 ...