El extranjero I

Pese a estar ubicado cordillera adentro y no ser, en consecuencia, de fácil acceso, no había resquemor en el pueblo hacia los extranjeros. El recién llegado, sin embargo, no llamaba precisamente a la simpatía o la confianza. Acaso por el hecho de que había llegado solo: y solo merodeaba por esas calles que a sus ojos se prolongaban más allá de si mismas a través del ensueño y del ayer. Acaso por su singular talante: era enorme y moreno como él solo. Para no mencionar su aire metafísico, ya que no extraviado. Porque, de hecho, parecía penetrado de un oscuro designio.  ¿A quién o que buscaba allí?

Lo cierto es que la misma tarde de su llegada, los lugareños se recogieron en sus casas más temprano que de costumbre: desde la mañana, una amenaza de lluvia pendía sobre el pueblo, y esta finalmente se desató poco antes de arribar el ultimo bus de la ciudad de Trujillo. Con su mochila al hombro y tras cinco horas de ascenso vertiginoso, bajó de este bus quien pareció  despertar de nuevo a la vida con esa lluvia semitorrencial. Antes de un par de minutos, dio con un hotel ubicado en los alrededores de la Plaza Mayor. Mientras esperaba allí a que escampase, se cambió la ropa mojada y comió algo. En cierto momento, pensó en sus compañeros de la universidad: ya podían ellos enorgullecerse de aprobar un examen especialmente difícil o de rendir el corazón de una beldad, que a él lo enorgullecía estar allí, en ese pueblo semiperdido en la inmensidad de los Andes. A uno de ellos, sin embargo, le había propuesto hacer ese peregrinaje, un compañero asimismo de militancia cuando no de lecturas vergonzantes para unos estudiantes de economía como lo eran ellos. “Como a los reyes magos, también a nosotros nos guiará una estrella –retrucó este ante su propuesta y en seguida exclamó-, ¡será como celebrar una nueva navidad sobre la tierra!”. Tanta inspiración para que al final le fallara: y ni siquiera pudo pretextar un dolor agudo o punzante, apenas si una sombra del mismo tras un nuevo desaire amoroso. “Pendejo”, pensó. Cuando finalmente escampó, aun no caía del todo la noche. Así, el extranjero salió del hotel a un pueblo igual y distinto a un tiempo: la lluvia había levantado una especie de frío relente del piso de sus calles. Y ya que estas parecían descolgarse desde lo alto de la colina donde se asentaba el pueblo, no había mayores aniegos. Solo ese frío relente espectral. 

Salvo una familia de lugareños con la que se cruzó de camino a la Plaza Mayor, no vio a nadie más. La familia estaba presidida por un hombre ya viejo, pero envuelto en un aura venerable. Este al volverse a mirarlo le dio con su tristeza en la cabeza. 

Con el paso de los minutos y de las horas, el frío relente se elevó cada vez más del piso, trepando por los postes de alumbrado público y los muros de las casas, mientras él parecía auscultarlo, tentar sus resonancias, su intensa actividad metafísica.

Alrededor de las diez de la noche, el extranjero se detuvo frente a un viejo caserón de fachada blanca. Por encima de la puerta cerrada, se veía la ventana de una especie de altillo que remataba un oscuro tejado. De pronto, la visión del viejo caserón deshabitado se anegó en una borrasca interior. En cierto momento, el extranjero se llevó la mano a la boca: no quería romper el frágil silencio nocturno con su llanto. Si bien, la aprehensión cuando no cierta superstición por su presencia ya cundía en el pueblo.

Cuando el extranjero finalmente retorno al hotel, ya todos en el pueblo dormían, aunque talvez alguno soñaba despierto con un negro heraldo de la muerte.


El extranjero II

Al día siguiente –día con un sol espectacular-  nadie en el pueblo ignoraba que había un “negro” entre ellos. Y no era tampoco cualquier “negro”. ¿Qué lo había arrebatado a sus costas gravitadas en fiebre? ¿A qué extraño designio le debían su presencia allí? Nadie sabía muy bien a qué atenerse a su paso por las calles. Había salido del hotel con los primeros rayos del sol, y ahora hasta donde alcanzaba a ver –desde el centro mismo del pueblo hasta las colinas tamizadas de follaje que lo rodeaban- todo a su alrededor le hacia el efecto de un gigantesco afluente de luz, calor y poesía. ¡Una vez más el pueblo parecía igual y distinto a un tiempo!

Por lo demás, también en la propia Lima, su ciudad, tenía lugar el equívoco, y él, por ejemplo, en sucesivas clases dentro de la universidad, era el “negro” de estas a ojos de sus compañeros, ¡y con toda la recia carga sexual que tenía esta palabra para ellos! Sin embargo, su invariable aire metafísico los prevenía contra algo más hondo y extraño. Algo que con el tiempo solo un grupo de ellos llegaría a descifrar a plenitud. Entre estos últimos estaba quien compartía con él el mismo problema de conciencia, su compañero de lecturas vergonzantes. “Tú al menos tienes el antecedente de Verástegui –le decía este medio en broma, medio en serio-, yo ni eso”.

Se comprendía, entonces, que allí, en ese pueblo semiperdido en la inmensidad de los Andes, los niños a su paso diesen un respingo o que los hombres le echasen continuas miradas de soslayo. Alguno incluso, ya entrado en años, revivió el temor que le produjo en su juventud, la vista de un “negro” dentro de una columna subversiva recién llegada al pueblo. ¿Sería su presencia el anuncio de algún hecho fatal?

Ajeno a estas reacciones, el extranjero solo sentía que a su alrededor todo trascendía a poesía. ¿O era la poesía la que en ese pueblo se trascendía a si misma? Allí estaban los nombres de sus calles inclinadas a cuál más sentido y poético: Fabla salvaje, Paco Yunque, Espergesia, Los heraldos negros, ¡Cesar Vallejo! Ya sabía el extranjero que todo ese dechado de ecos y correspondencias convergía sobre una de las casas ubicadas en esta última calle. Sin embargo, la que se había abierto, cuan insólita era, sobre sus primeros pasos como poeta, la que había trillado desde entonces con sus versos mientras estudiaba en la universidad, trabajaba y militaba; esa calle, acaso más tortuosa que las otras, tenía el nombre de Trilce.

Y algún día alcanzaría por ella la sombra del Poeta.

http://solobones.blogspot.com/2010/04/el-camino-de-artaban.html


Estética de una revolución

1

Quien quiera participar con su obra en el premio internacional de novela Rómulo Gallegos, tiene que saber esto: antes que al juicio del jurado, se enfrentará a la requisitoria de los detractores del premio. Los mismos que tienen a su disposición múltiples tribunas en los medios culturales más importantes.  Para no mencionar que están respaldados por la opinión del mismísimo nobel de literatura Mario Vargas Llosa. ¿Querrá alguien complicar su nombre en uno de los procesos políticos más espantosos de los que este personaje tiene noticia?


2

Porque, a ojos de todos ellos, la permanencia del chavismo en el gobierno de Venezuela ha comprometido la vigencia y el prestigio del Rómulo Gallegos. Así, en vez de aplaudir el retorno del mismo cada cierto tiempo, la emprenden contra él y hasta indisponen con el público a quienes osen contarse entre sus participantes. “Si participa, está avalando la dictadura chavista”, es, en suma, lo que señalan. Sin contar que algunos, en un dislate mayúsculo, postulan el recién creado premio de novela Mario Vargas Llosa como una alternativa libertaria al “chavista” Rómulo Gallegos.

De hecho, antes de la edición inaugural del premio vargasllosiano, uno de los organizadores dio pasto a este dislate con sus declaraciones. Y, claro, ante esto es lícito preguntarse ¿qué clase de premio viene a ser uno que nace cebándose aviesamente en otro?, ¿de verdad creen que el nombre de quien recibió por primera vez el Rómulo Gallegos está llamado ahora a eclipsarlo?, ¿esperan también que el premio acabe sucumbiendo a la crisis por la que atraviesa Venezuela?, ¿no dejarán hasta entonces de revolverse contra él? 

3

Sin embargo, mal de su grado, no han conseguido enterrar el magno prestigio del Rómulo Gallegos. ¡Un premio aún más admirable en la adversidad y tan emblemático para las letras hispanoamericanas! Ahí están para demostrarlo las 184 obras que se presentaron a su última edición el año 2020. 184 obras de otros tantos autores que tentaron así esa prenda inigualable de nuestras letras.

En cuanto al propio Mario Vargas Llosa, sus últimos años de vida ya abundan bastante en dislates como para que encima otros vengan a cometerlos en su nombre. Quien alguna vez brilló bajo el fuego de la literatura, ahora lo hace bajo uno fatuo, triste simulacro de aquel.


4

Ahora bien, es de una mala fe descomunal señalar que todos los escritores que participan en el premio Rómulo Gallegos son chavistas o filochavistas. Seguramente habrá algunos que lo son ¡y con todo derecho! Como también habrá otros, totalmente apolíticos, que a lo sumo comulguen con la estética de la revolución.

Acaso algún autor cuya obra, a fuerza ella misma de revolucionaria, descoloque, desconcierte o hasta suscite rechazo y condena en el jurado. Una obra tan audaz que a ojos de este raye en el galimatías o el absurdo. ¿Cómo podría un juicio ortodoxo y/o convencional hacer justicia a una obra de este tipo? Sin embargo, así como hay victorias pírricas, hay también fracasos fecundos que a la postre abren caminos, despejan horizontes y señalan el norte a los autores que vendrán. ¿No es así como también avanza la historia de las sociedades?

Otra tarde como de Juicio Final

Esa tarde

la faz de la ciudad

acusaba

la deriva

de tantas vidas

inciertas

e infaustas

que el Apocalipsis

parecía ser

inminente.

 

Yo y mi

desesperado amor

concurríamos ya

a semejante

aniquilación

cuando de pronto

se perlaron

de ternura

la luna de los carros

y el pelaje

de los gatos callejeros;

y un último

resabio de sol

fue a quebrarse

en un haz

de dicha y  poesía

allá en lo alto:

el mundo se había

salvado una vez más

y mi amor,

mi imposible amor,

con él……..

Buen consejo - J.W.Goethe

Si suele algunas veces ocurrirte

que a ti mismo no puedas tú sufrirte

ni a los demás  tampoco y de tu agrado

ninguna cosa  encuentres, di, ¡cuitado!,

si así en la vida ocurre mas de un día,

¿por qué en el arte de ocurrir no habría?

lo que debes hacer es no emperrarte

en ver las cosas por su mala parte;

nunca poder y plenitud se alejan

para no retornar, nunca nos dejan

para siempre; así, aguarda el buen momento,

y en los malos reposa el pensamiento,

que después, al llegar la hora propicia,

con duplicada mies te beneficia.

 

                                                            J.W.Goethe


Policrítica en la hora de los chacales - Julio Cortazar

 Explicación del título: hablando de los complejos problemas cubanos, una amiga francesa mezcló los términos crítica y política, inventando la palabra “policritique”. Al escucharla pensé (también en francés) que entre poli y tique se situaba la sílaba cri, es decir grito. Grito político, crítica política en la que el grito está ahí como un pulmón que respira; así he entendido siempre, así la seguiré sintiendo y diciendo. Hoy hay que gritar una política crítica, hay que criticar gritando cada vez que se lo cree justo: sólo así podremos acabar un día con los chacales y las hienas.

De qué sirve escribir la buena prosa,
De qué vale que exponga razones y argumentos
Si los chacales velan, la manada se tira contra el verbo,
Lo mutilan, le sacan lo que quieren, dejan de lado el resto,
Vuelven lo blanco negro, el signo más se cambia en signo menos,
Los chacales son sabios en los télex,
Son las tijeras de la infamia y del malentendido,
Manada universal, blancos, negros, albinos,
Lacayos si no firman y todavía más chacales cuando firman,
De qué sirve escribir midiendo cada frase,
De qué sirve pesar cada acción, cada gesto que expliquen la
Conducta
Si al otro día los periódicos, los consejeros, las agencias,
Los policías disfrazados,
Los asesores del gorila, los abogados de los trusts
Se encargarán de la versión más adecuada para consumo de
inocentes o de crápulas,
fabricarán una vez más la mentira que corre, la duda que se
instala,
y tanta buena gente en tanto pueblo y tanto campo de tanta
tierra nuestra
que abre su diario y busca su verdad y se encuentra
con la mentira maquillada, los bocados a punto, y va tragando
baba prefabricada, mierda en pulcras columnas, y hay quien
cree
y hay quien olvida el resto, tantos años de amor y de combate,
porque así es, compadre, los chacales lo saben: la memoria es
falible
y como en los contratos, como en los testamentos, el diario de
hoy con sus noticias invalida
todo lo precedente, hunde el pasado en la basura de un presente
traficado y mentido.
Entonces no, mejor ser lo que se es,
Decir eso que quema la lengua y el estómago, siempre habrá
Quien entienda
Este lenguaje que del fondo viene
Como del fondo brotan el semen, la leche, las espigas.
Y el que espera otra cosa, la defensa o la fina explicación,
La reincidencia o el escape, nada más fácil que comprar el diario
Made in USA
Y leer los comentarios a este texto, las versiones de Reuter o
De la UPI
Donde los chacales sabihondos le darán la versión satisfactoria,
Donde editorialistas mexicanos o brasileños o argentinos
Traducirán para él, con tanta generosidad,
Las instrucciones del chacal con sede en Washintong,
Las pondrán en correcto castellano, mezcladas con saliva
nacional
Con mierda autóctona, fácil de tragar.
No me excuso de nada, y sobre todo
No excuso este lenguaje,
Es la hora del Chacal, de los chacales y de sus obedientes:
Los mando a todos a la reputa madre que los parió,
Y digo lo que vivo y lo que siento y lo que sufro y lo que
Espero.
Diariamente, en mi mesa, los recortes de prensa: París,
Londres,
Nueva York, Buenos Aires, México City, Río. Diariamente
(en poco tiempo, apenas dos semanas) la máquina montada,
la operación cumplida, los liberales encantados, los
revolucionarios confundidos,
la violación con letra impresa, los comentarios compungidos,
alianza de chacales y de puros, la manada feliz, todo va bien.
Me cuesta emplear esta primera persona del singular, y más me
Cuesta
Decir: esto es así, o esto es mentira. Todo escritor, Narciso, se
Masturba
Defendiendo su nombre, el Occidente
Lo ha llenado de orgullo solitario. ¿Quién soy yo
Frente a los pueblos que luchan por la sal y la vida,
Con qué derecho he de llenar más páginas con negociaciones y
Opiniones personales?
Si hablo de mí es que acaso, compañero,
Allí donde te encuentran estas líneas,
Me ayudarás, te ayudaré a matar a los chacales,
Veremos más preciso el horizonte, más verde el mar y más
Seguro el hombre.
Les hablo a todos mis hermanos, pero miro hacia Cuba,
No sé de otra manera mejor para abarcar la América Latina.
Comprendo a Cuba como sólo se comprende al ser amado,
los gestos, las distancias y tantas diferencias,
las cóleras, los gritos: por encima está el sol, la libertad.
Y todo empieza por lo opuesto, por un poeta encarcelado,
Por la necesidad de comprender por qué, de preguntar y de
Esperar,
Qué sabemos aquí de lo qué pasa, tantos que somos Cuba,
Tantos que diariamente resistimos el aluvión y el vómito
De las buenas conciencias,
De los desencantados, de los que ven cambiar ese modelo
Que imaginaron por su cuenta y en sus casas, para dormir
Tranquilos
Sin hacer nada, sin mirar de cerca, la luna de miel barata con su isla
Paraíso
Lo bastante lejana para ser de verdad paraíso
Y que de golpe encuentran en su cielito lindo les cae en la
Cabeza.
Tienes razón Fidel: sólo en la brega hay derecho al
Descontento,
Sólo de adentro ha de salir la crítica, la búsqueda de fórmulas
Mejores,
Sí, pero de adentro es tan afuera a veces,
Y si hoy me aparto para siempre del liberal a la violeta, de los
que firman los virtuosos textos
por-que-Cu-ba-no-es-eso-que-e-xi-gen-sus-es-que-mas-de-bu-fe-te,
no me creo excepción, soy como ellos, qué habré hecho por
Cuba más allá del amor,
Qué habré dado por Cuba más allá de un deseo, una esperanza.
Pero me aparto ahora de su mundo ideal, de sus esquemas,
Precisamente ahora cuando
Se me pone en la puerta de lo que amo, se me prohíbe
Defenderlo,
Es ahora que ejerzo mi derecho a elegir, a estar una vez más y
Más que nunca
Con tu Revolución, mi Cuba, a mi manera. Y mi manera torpe,
A manotazos,
Es ésta, es repetir lo que me gusta o no me gusta,
Aceptando el reproche de hablar desde tan lejos
Y a la vez insistiendo (cuántas veces lo habré hecho para el
Viento)
En que soy lo que soy, y no soy nada, y esa nada es mi tierra
Americana,
Y como pueda y donde este signo siendo tierra, y por sus
Hombres
Escribo cada letra de mis libros y vivo cada día de mi vida.
Comentario de los chacales (vía México, reproducida con alborozo en Río de Janeiro y Buenos Aires): “El ahora francés Julio Cortázar… etc.”. De nuevo el patrioterismo de escarapela, cómodo y rendidor, de nuevo la baba de los resentidos, de tantos que se quedan en sus pozos sin hacer nada, sin ser oídos más que en sus casas a la hora del bife; como si en algo dejara yo de ser latinoamericano, como si un cambio a nivel de pasaporte (y ni siquiera lo es, pero no vamos a poner a explicar, al chacal se lo patea y se acabó) mi corazón fuera a cambiar, mi conducta fuera a cambiar, mi camino fuera a cambiar. Demasiado asco para seguir con esto; mi patria es otra cosa, nacionalista infeliz; me sueno los mocos con tu bandera de pacotilla, ahí donde estés. La revolución también es otra cosa; a su término, muy lejos, tal vez infinitamente lejos, hay una magnífica quema de banderas, una fogata de trapos manchados por todas las mentiras y la sangre de la historia de los chacales y los resentidos y los mediocres y los burócratas y los gorilas y los lacayos.
Y así es, compañeros, si me oyen en La Habana, en cualquier
parte,
hay cosas que no trago,
hay cosas que no puedo tragar en una marcha hacia la luz,
nadie llega a la luz si saca a relucir los podridos fantasmas del pasado,
si los perjuicios, los tabúes del macho y de la hembra
siguen en sus maletas,
y si un vocabulario de casuistas cuando no de energúmenos
arma la burocracia del idioma y los cerebros, condiciona a los
pueblos
que Marx y que Lenin soñaron libres por dentro y por fuera,
en carne y en conciencia y en amor,
en alegría y trabajo.
Por eso, compañeros, sé que puedo decirles
Lo que creo y no creo, lo que acepto y no acepto,
Está mi policrítica, mi herramienta de luz,
Y en Cuba sé de ese combate contra tanto enemigo,
Sé de esa isla de hombres enteros que nunca olvidarán la risa y
La ternura,
Que las defenderán enamoradamente,
Que cantan y que beben entre turnos de brega, que hacen
Guardia fumando,
Que son los que buscó Martí, lo que firmaron con su sangre
Tantos muertos
A la hora de caer frente a chacales de dentro y a chacales de
Fuera.
No seré yo quien proclame al divino botón el coraje de Cuba y
Su combate;
Siempre hay alguna hiena maquinada de juez, poeta o crítico,
Lista a cantar las loas de lo que odia en el fondo de sus tripas,
Pronta a asfixiar la voz de los que quieren el verdadero diálogo,
El contacto
Por lo alto y por lo bajo: contacto con ese hombre que manda
En el peligro porque el pueblo
Cuenta con él y sabe
Que está ahí porque es justo, porque en él se define
La razón de la lucha, del duro derrotero,
Porque jugó su vida con Camilo y el Che y tantos que pueblan
De huesos y memorias la tierra de la palma;
Y también en contacto Con el otro, el sencillo camarada que necesita la palabra y el rumbo
Para impulsar mejor la máquina, para cortar mejor la caña.
Nadie espere de mí el elogio fácil,
Pero hoy es más que nunca tiempo de decisión y de aguas
Claras:
Diálogo pido, encuentro en las borrascas, policríticas diaria,
No acepto la repetición de humillaciones torpes,
No acepto risas de los fariseos convencidos de que todo anda
Bien después de cada ejemplo,
No acepto la intimidación ni la vergüenza. Y es por eso que
Acepto
La crítica de veras, la que viene de aquel que aguanta en el
timón,
de aquellos que pelean por una causa justa, allá o aquí, en lo
alto o en lo bajo,
y reconozco la torpeza de pretender saberlo todo desde un mero
escritorio
y busco humildemente la verdad en los hechos de ayer y de
mañana,
y te busco la cara, Cuba la muy querida, y soy el que fue a ti
como se va a beber el agua, con la sed que será racimo o canto.
Revolución hecha de hombres,
Llena estarás de errores y desvíos, llena estarás de lágrimas y
Ausencias,
Pero a mí, a los que tantos en horizontes somos pedazos de
América Latina,
Tú nos comprenderás al término del día,
Volveremos a vernos, a estar juntos, carajo,
Contra hienas y cerdos y chacales de cualquier meridiano,
Contra tibios y flojos y escribas y lacayos
En París, en La Habana o Buenos Aires,
Contra lo peor que duerme en lo mejor, contra el peligro
De quedarse atascado en plena ruta, de no cortar los nudos
Machetazo limpio,
Así yo sé que un día volveremos a vernos,
Buenos días, Fidel, buenos días, Haydée, buenos días mi Casa,
Mi sitio en los amigos y en las calles, mi buchito, mi amor,
Mi caimancito herido y más vivo que nunca,
Yo soy esta palabra mano a mano como otros son tus ojos o tus
Músculos,
Todos juntos iremos a la zafra futura,
Al azúcar de un tiempo sin imperios ni esclavos.
Hablémonos, eso es de hombres: al comienzo
fue el diálogo. Déjame defenderte
cuando asome el chacal de turno, déjame estar ahí. Y si no lo
quieres,
oye, compadre, olvida tanta crisis barata. Empecemos de nuevo,
di lo tuyo, aquí estoy, aquí te espero; toma, fuma conmigo,
largo es el día, el humo ahuyenta los mosquitos. Sabes,
nunca estuve tan cerca
como ahora, de lejos, contra viento y marea. El día nace.

FIN


Revista Casa de las Américas, n º 67, julio-agosto de 1971, La Habana

A Elena - Edgar Allan Poe


 

Te vi a punto.
Era una noche de julio,
noche tibia y perfumada,
noche diáfana...

De la luna plena límpida,
límpida como tu alma,
descendían
sobre el parque adormecido
gráciles velos de plata.

Ni una ráfaga
el infinito silencio
y la quietud perturbaban
en el parque...

Evaporaban las rosas
los perfumes de sus almas
para que los recogieras
en aquella noche mágica;
para que tú los gozases
su último aliento exhalaban
como en una muerte dulce,
como en una muerte lánguida,
y era una selva encantada,
y era una noche divina
llena de místicos sueños
y claridades fantásticas.

Toda de blanco vestida,
toda blanca,
sobre un ramo de violetas
reclinada
te veía
y a las rosas moribundas
y a ti, una luz tenue y diáfana
muy suavemente
alumbraba,
luz de perla diluida
en un éter de suspiros
y de evaporadas lágrimas.

¿Qué hado extraño
(¿fue ventura? ¿fue desgracia?)
me condujo aquella noche
hasta el parque de las rosas
que exhalaban
los suspiros perfumados
de sus almas?

Ni una hoja
susurraba;
no se oía
una pisada;
todo mudo,
todo en sueños,
menos tú y yo
-¡cuál me agito
al unir las dos palabras! --
menos tú y yo...De repente
todo cambia.
¡Oh, el parque de los misterios!
¡Oh, la región encantada!

Todo, todo,
todo cambia.
De la luna la luz límpida
la luz de perla se apaga.
El perfume de las rosas
muere en las dormidas auras.
Los senderos se oscurecen.
Expiran las violas castas.
Menos tú y yo, todo huye,
todo muere,
todo pasa...
Todo se apaga y extingue
menos tus hondas miradas.

¡Tus dos ojos donde arde tu alma!
Y sólo veo entre sombras
aquellos ojos brillantes,
¡oh mi amada! Todo, todo,
todo cambia.

De la luna la luz límpida
la luz de perla se apaga.
El perfume de las rosas
muere en las dormidas auras.
Los senderos se oscurecen.
Expiran las violas castas.
Menos tú y yo, todo huye,
todo muere,
todo pasa...

Todo se apaga y extingue
menos tus hondas miradas.
¡Tus dos ojos donde arde tu alma!
Y sólo veo entre sombras
aquellos ojos brillantes,
¡oh mi amada!

¿Qué tristezas irreales,
qué tristezas extrahumanas!
La luz tibia de esos ojos
leyendas de amor relata.
¡Qué misteriosos dolores,
qué sublimes esperanzas,
qué mudas renunciaciones
expresan aquellos ojos
que en la sombra
fijan en mí su mirada!

Noche oscura. Ya Diana
entre turbios nubarrones,
lentamente,
hundió la faz plateada,
y tú sola
en medio de la avenida,
te deslizas
irreal, mística y blanca,
te deslizas y te alejas incorpórea
cual fantasma...
Sólo flotan tus miradas.
¡Sólo tus ojos perennes,
tus ojos de honda mirada
fijos quedan en mi alma!

A través de los espacios y los tiempos,
marcan,
marcan mi sendero
y no me dejan
cual me dejó la esperanza...
Van siguiéndome, siguiéndome
como dos estrellas cándidas;
cual fijas estrellas dobles
en los cielos apareadas
en la noche solitaria.

Ellos solos purifican
mi alma toda con sus rayos
y mi corazón abrasan,
y me prosterno ante ellos
con adoración extática,
y en el día
no se ocultan
cual se ocultó mi esperanza.

De todas partes me siguen
mirándome fijamente
con sus místicas miradas....
Misteriosas, divinales
me persiguen sus miradas
como dos estrellas fijas...
como dos estrellas tristes,
¡como dos estrellas blancas!

Versión de Carlos A. Torres

Día de presentación


¿Cuándo apartaría tiempo su líder para escribir todos los libros que decía tener en mente?, se preguntaba constantemente Eulogio. Hasta el momento, solo había escrito y publicado uno solo. Y ya habían transcurrido ocho años del hecho. Eso sí, lo hizo en circunstancias harto difíciles. Como que el libro estuvo cerca de ver la luz póstumamente o, acaso, de no verla en absoluto: su autor había sufrido entonces un atentado a manos de la policía, nada menos. Sin embargo, contra lo que esperaban sus enemigos, logró salir con vida. Más aún: con vida y purificado de todas las afrentas recibidas hasta entonces por uno de ellos, azas implacable: la gran prensa de su país. Por lo demás, fuera de este, la situación con la gran prensa tampoco era muy distinta, y Eulogio tuvo ocasión de comprobarlo cuando su líder vino al Perú.

Ocho años después de dicha presentación, Eulogio se confesaba que el libro no le había importado tanto como ver, escuchar y aplaudir a quien había sido puesto en la picota de la prensa limeña desde que anunció su intención de venir aquí a presentarlo. «¡Repudio!». Con esta sola palabra, recortada sobre un alarmante fondo negro, se hacía mención del evento en la portada de aquel día del diario Correo. Y El Comercio, enseñoreándose en su indignación, no dejó de elevarse hasta las duras palabras que, días antes, tuvo el propio Mario Vargas Llosa con relación al «talante democrático» del visitante.

Así, con tales anuncios de tormenta, de cólera en las alturas, amaneció aquel día 27 de julio del 2011. El día fijado para la presentación del libro.

Dentro del auditorio, sin embargo, este movía mas bien al entusiasmo, con todos esos jóvenes, no tan jóvenes y hasta viejos izquierdistas como Eulogio y su amigo Ramiro, aguardando con sus respectivos ejemplares la llegada del autor. Sobre el estrado, la imponente mesa de honor que servía de ordinario para este tipo de presentaciones había sido cambiada por un mobiliario más restricto: dos pequeños confortables con una escueta mesa al centro, y hacia la izquierda, y no obstante en primerísimo plano, un atril de aluminio.

Casualmente, justo antes de esta presentación había tenido lugar otra, signada por las florituras que son de rigor cuando la obra a presentarse es del género de autoficción: Mi ombligo también tiene sus preferencias, se llamaba la novela. De hecho, sentado como estaba a la mesa de honor, acompañado de su editor y dos críticos adictos, el autor había advertido en algún momento los primeros signos de una ronda estelar a la entrada del auditorio: eso que alcanzaba a observar sobre el hombro de un tipo de chaleco, ¿no era una cámara de televisión?. Y esa chinita que acababa de asomar por ahí, ¿no era acaso reportera del canal dos?. Exquisita mistura de rasgos: rostro oriental, piel blanca y cuerpo de negra, pensó. Solo era cuestión de tiempo para que el noticiario abriera su edición estelar con ella de pie, narrando con todo el cuerpo las principales noticias de la jornada: talentoso autor peruano es galardonado con el premio Alfaguara, ¿o Planeta?.

Lo cierto es que cuando Eulogio y su amigo llegaron al auditorio, los periodistas ya estaban apostados dentro del mismo. «¡Faltaba más!», dijo desdeñoso el librero al verlos con su ojo izquierdo, el sano (era estrábico y llevaba unos anteojos especiales a propósito de su mal). Sin embargo, en tantos años de asistir a la Feria del Libro de Lima, no recordaba que ningún evento de la misma concitase hasta ese punto la atención de los medios, aunque solo fuese para arreciar en su habitual siniestrosis. Y, claro, no muy distinta debía ser la situación en otras capitales de Latinoamérica: allí, donde el autor hiciese un espacio en su agenda oficial para la presentación de su libro, la gran prensa nativa no dejaría de encarnizarse con él. ¡Y es que era su palabra contra toda la narrativa sostenida por ella!

«Esto se llena, compa –advirtió, de pronto, Eulogio -. Mejor nos sentamos de una vez ¿no?». Y ya optaban, muy salomónicamente, ambos amigos por sentarse en una de las filas intermedias, cuando Ramiro fue el primero en verlo: el maestro de maestros, el veterano hombre de letras cuya inconfundible melena blanca había presidido la presentación de tantos libros de poetas y narradores que apenas contaban con él, con su incierto renombre para el gran espaldarazo. Ahora, por fin se disponía a disfrutar en lo más íntimo, como un asistente más, de la presentación de un libro para el que no cabía espaldarazo alguno en medio de la cólera desatada por la gran prensa. De hecho, fue apercibida de su real impotencia en este sentido que la del Ecuador –país del que era presidente el autor-, se lanzó a espolear ciertas tendencias fascistas en el seno de la policía: cerca, muy cerca estuvo esta de liquidarlo en una celada el año anterior. Ese día, Eulogio siguió los acontecimientos por la web con el alma en vilo: la llegada del presidente en persona al cuartel donde estaban amotinados los policías, su deseo de hablar con ellos y explicarles que, contra lo que decía la gran prensa, la reforma policial que él impulsaba no afectaba sus intereses, el súbito estallido de una bomba lacrimógena a unos centímetros de su rostro, su desvanecimiento en medio del caos y del gas, la escolta presidencial llevándolo raudamente a un hospital vecino, los intentos de los amotinados por ingresar a su habitación para ultimarlo, el tardío rescate a cargo de un comando del ejercito, y, por último, la alocución que ofreció esa misma noche ¡aún más convencido de sostener su palabra hasta el fin! ¡He aquí que algo tan venido a menos entre los hombres alentaba en él con una brío y una entereza semejantes!

«¡Manya!, Oswaldo Reynoso», oyó Eulogio decir a su amigo, un segundo antes de tomar asiento. «¿Donde, donde?». Con su ojo izquierdo porfiando tras los anteojos por dar cuenta de la aparición, Eulogio permaneció de pie. «¿Donde carajo?». «¡Ahí!». Por fin lo vio: avanzaba solo, apoyado en un bastón, en el bastón que ya no dejaría más en su inquieta vida de escritor maldito. Aún mirándolo todo a través de sus clásicos anteojos ahumados: la caverna mediática apostada a un lado del auditorio, el pueblo peruano huérfano de luces, y  más allá, sobre el estrado, en lugar de la mesa de honor, un sencillo atril de aluminio; en lugar del honor de tantos poetas y novelistas, de tantos periodistas y economistas adscritos a la feria, el honor de quien se presentaría ahí en plena posesión de sí mismo y de su palabra.


*Este relato forma parte del libro de narrativa breve Wall Street Venon. https://www.amazon.com/dp/B0956TDHQM

Dos terratenientes arguedianos


No pocas de las mejores páginas de Arguedas tienen como personaje principal a un terrateniente. Este surge en ellas como una figura atávica, patriarcal, con atribuciones señoriales sobre la vida de los indios a su servicio. Y si bien, en los cuentos, suele ejercer las mismas con total abuso y sevicia, es en las novelas que esto se matiza o implica, en todo caso, un pathos especial. ¿Pero es solo una cuestión de géneros? ¿Se impone aquí la ventaja de la novela en punto a la elaboración de los personajes? Los indios, sin embargo, siguen siendo objetivamente los mismos: victimas siempre de algún tipo de explotación o maltrato. Y aún si alguno se rebela, se educa o simplemente se destaca  por algún don personal en las novelas, no dejamos de percibirlo dentro de un horizonte afectivo más grande. En otras palabras, reconocemos en él, de algún modo, a los indios de los cuentos, ya sea por su sentido de pertenencia a la comunidad o a la naturaleza. Todos los indios, el indio.

Vivaldi


 

Vivaldi, tuyo es el violín

tuya la música, tuyo el poder

de reconciliar a la falena con la sin fin

belleza de la pálida Astarté

Tuyos los días en que tras el atril

veías despuntar ese dechado

de hermosura que era el arco

y el secular violín

sobre el hombro de una ninfa encrucijados

La inmortal belleza apuraba para ti

todas sus posibilidades

Ebrio casi de ella, te dabas al insaciable

rito de restañar en el violín

las distancias más infranqueables…

Casi realidad

 

Rumor de

enjambre

se alzaba

del corazón

de Bizancio,

de toda

esa trama

de conflictos

y ambiciones

que es siempre

el corazón de

Bizancio.

¿Cómo

hacíamos

tú y yo

para desenredar

de ella

-pura y

luminosa-

una hebra

de poesía

según íbamos

y veníamos

por sus calles

y plazas?.

¿Cómo

hacíamos

para rastrearnos

distintos

y forasteros,

inverosímiles

y poetas,

en medio

de todo

como en medio

de nada?.

¿Cómo?.....

Wall Street Venon

¿HISTORIAS DEL FIN DE UNA ERA? ¿Es la política un anacronismo ante la poderosa simbiosis alcanzada por el hombre actual? ¿Se ha consumado el advenimiento de lo que el filosofo Henri Lefebvre llamaba ciberántropos y la política no es más que un vestigio de nuestra anterior condición de ántropos? ¿No sería mejor acabar de enterrarla en ese caso? Las seis historias que conforman este libro se inscriben en el pulso que marca la historia peruana reciente. Y desde ella se proyectan a la historia mundial.


La guerra del fin del mundo: claves de una lectura política

 

La guerra del fin del mundo –novela de Mario Vargas Llosa aparecida en 1981-parece la historia de un gigantesco malentendido, alentado por populismos de diverso orden: el populismo religioso del consejero Mendez Maciel, el revolucionario de Galielo Gall, o el nacionalista del coronel Moreira. Sin embargo, en medio de este cuadro de extravió populista, se alza la figura del Barón de Cañabrava: un terrateniente de enorme prestigio entre los de su rancia condición social. Tal es así que estos le piden volver de su retiro en Europa para ponerse al frente de una cruzada contra el caos y la barbarie. Una cruzada que aquí en Latinoamérica lleva siglos  repitiéndose y renovándose, por cierto. Como que nuestras sociedades nacen de una contra la barbarie indígena, y la de hoy tiene lugar, al parecer, contra la barbarie castro-comunista.

Lo cierto es que el Barón, investido con los atributos del orden y la tradición, retorna de Europa. Y no de cualquier Europa. La acción de la novela, recordemos, transcurre en vísperas del convulso siglo xx: años de tránsito en el mundo, pero sobre todo allí, en Europa, con una industrialización en pleno auge, una clase obrera cada vez más organizada, y unos estados afianzando su poder. Así, sus años allá se diría que han vuelto al Barón más sesudo, más reflexivo. ¿O es lo que nos hace creer el autor y en verdad desea presentarlo bajo una luz  favorable? ¿Se nos está permitida la sospecha? En todo caso, el contraste con los personajes populistas –el profeta, el revolucionario y el coronel-, es evidente: estos parecen lanzados ciegamente hacia su propia destrucción. La lectura misma de las partes que protagoniza el Barón suele ser más bien clara y parsimoniosa, como conviene a su estatus señorial diríase. Un estatus si bien algo debilitado por la situación, no lo bastante como para temer por él, a su juicio . O no tanto hoy como mañana. “Todas las armas valen –murmuró (el Barón)-. Es la definición de esta época, del siglo veinte que se viene, señor Gall”.

Así, será todavía entre los descendientes de su clase social que dicho temor obrará lo impensable: harán del fascismo, horrendo en tropas, su única salvación ante el comunismo. Pero aún falta tiempo para eso y, contra la opinión de sus pares, el Barón opta por un entendimiento con el otro sector dominante: la burguesía. Con eso y una demostración conjunta de fuerza, bastará para reestablecer el orden. “He dicho acomodo, pero he pensado una alianza, un pacto –dijo el Barón-. Es difícil de entender y más todavía de hacer, pero no hay otro camino…”.


 

Se podría decir, entonces, que contra el populismo desatado de algunos de los personajes principales, se alza el egotismo señorial del Barón. Más aún: será este quien a la larga sobreviva, en tanto que los otros irán sucumbiendo a su propio caos: desde el coronel Moreira hasta el consejero Mendez Maciel, pasando por el revolucionario anarquista Galileo Gall. Y sobrevivirá para enseñorearse de la atención del lector unas páginas antes del fin de la novela. En una escena erótica que es al mismo tiempo la consagración de su egotismo y un trasunto de las ideas del autor: si algo como la felicidad es posible en este mundo, solo puede serlo en un ámbito puramente privado. Y si es a través de la exaltación de la carne, tanto mejor. Lo demás son ensoñaciones, utopías populistas. De hecho, Vargas Llosa volverá sobre estas mismas ideas en una novela posterior: Elogio de la Madrastra. O, mejor dicho, premunirá con ellas a uno de sus protagonistas –Don Rigoberto- cuyo egotismo, aunque de corte burgués, será aún más rancio que el del propio Barón de Cañabrava, su antecesor novelesco.


1918-2018

 









Cien años después
el mensaje que ellos
traían consigo,
con las palabras iniciales
de un nuevo y 
más humano evangelio,
ha sido acotado
a un nicho compasivo
de la cultura
o de la historia
de las letras

En punto a ironía,
ya se sabe,
la gran farsa cotidiana
es generosa.
¿Y habrá mayor
muestra de ironía
que la posteridad
reservada en ella
a esas palabras?

"Son las caídas hondas de los Cristos del alma,

de alguna fe adorable que el Destino blasfema.."

Y ya es solo
el fantasma de esa ironía
el que ronda y ronda 

a quien aquí las invoca…


La sacerdotisa

  Eran los días de la pandemia, días inciertos de zozobra general con todos nosotros encerrados, enclaustrados,                 ...