Al día siguiente –día con un sol espectacular- nadie en el pueblo ignoraba que había un “negro” entre ellos. Y no era tampoco cualquier “negro”. ¿Qué lo había arrebatado a sus costas gravitadas en fiebre? ¿A qué extraño designio le debían su presencia allí? Nadie sabía muy bien a qué atenerse a su paso por las calles. Había salido del hotel con los primeros rayos del sol, y ahora hasta donde alcanzaba a ver –desde el centro mismo del pueblo hasta las colinas tamizadas de follaje que lo rodeaban- todo a su alrededor le hacia el efecto de un gigantesco afluente de luz, calor y poesía. ¡Una vez más el pueblo parecía igual y distinto a un tiempo!
Por lo demás, también en la propia Lima, su ciudad, tenía lugar el equívoco, y él, por ejemplo, en sucesivas clases dentro de la universidad, era el “negro”
de estas a ojos de sus compañeros, ¡y con toda la recia carga sexual que tenía
esta palabra para ellos! Sin embargo, su invariable aire metafísico los
prevenía contra algo más hondo y extraño. Algo que con el tiempo solo un grupo
de ellos llegaría a descifrar a plenitud. Entre estos últimos estaba quien compartía
con él el mismo problema de conciencia, su compañero de lecturas vergonzantes.
“Tú al menos tienes el antecedente de Verástegui –le decía este medio en broma,
medio en serio-, yo ni eso”.
Se comprendía, entonces, que allí, en ese pueblo semiperdido en la
inmensidad de los Andes, los niños a su paso diesen un respingo o que los
hombres le echasen continuas miradas de soslayo. Alguno incluso, ya entrado en
años, revivió el temor que le produjo en su juventud, la vista de un “negro”
dentro de una columna subversiva recién llegada al pueblo. ¿Sería su presencia
el anuncio de algún hecho fatal?
Ajeno a estas reacciones, el extranjero solo sentía que a su alrededor todo
trascendía a poesía. ¿O era la poesía la que en ese pueblo se trascendía a si
misma? Allí estaban los nombres de sus calles inclinadas a cuál más sentido y
poético: Fabla salvaje, Paco Yunque, Espergesia, Los heraldos negros, ¡Cesar
Vallejo! Ya sabía el extranjero que todo ese dechado de ecos y correspondencias
convergía sobre una de las casas ubicadas en esta última calle. Sin embargo, la
que se había abierto, cuan insólita era, sobre sus primeros pasos como poeta,
la que había trillado desde entonces con sus versos mientras estudiaba en la
universidad, trabajaba y militaba; esa calle, acaso más tortuosa que las otras,
tenía el nombre de Trilce.
Y algún día alcanzaría por ella la sombra del Poeta.
http://solobones.blogspot.com/2010/04/el-camino-de-artaban.html

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