Esa tarde
la faz de la ciudad
acusaba
la deriva
de tantas vidas
inciertas
e infaustas
que el Apocalipsis
parecía ser
inminente.
Yo y mi
desesperado amor
concurríamos ya
a semejante
aniquilación
cuando de pronto
se perlaron
de ternura
la luna de los carros
y el pelaje
de los gatos callejeros;
y un último
resabio de sol
fue a quebrarse
en un haz
de dicha y poesía
allá en lo alto:
el mundo se había
salvado una vez más
y mi amor,
mi imposible amor,
con él……..

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