Literatura y Sociedad

 

Quiero empezar esta ponencia pidiendo disculpas a la concurrencia por evocar una experiencia personal. Voy a remontarme a los días de la cuarentena, del encierro sanitario. Días en los que estuvimos aislados, incomunicados los unos de los otros, al menos físicamente. Pues en ese contexto bastante singular, yo me propuse llevar a cabo una tarea largamente postergada; una tarea que llevaba pendiente varios años desde que un día, a propósito de una feria del libro que se realizaba en la universidad San Marcos, adquirí los tres volúmenes de El Capital de Marx. Pocas obras como esta han develado el funcionamiento del modo de producción capitalista y, en consecuencia, de la sociedad bajo dicho modo de producción, y su lectura me interesaba.

En ese entonces, leí la obra por partes, vale decir, lo suficiente como para aprobar un curso que llevaba entonces en San Marcos, y luego la eché al olvido. Era parte del decorado de mi biblioteca, pero siempre tenía el cargo de conciencia de no haber leído la obra por completo. Hasta que sobrevino la cuarentena, y tuve tiempo suficiente para leer todo el primer volumen - el único que Marx publicó en vida, el resto quedó en borrador y se publicó póstumamente- desde la primera hasta la última página, sin saltarme ningún capitulo, ninguna frase.  

Y he aquí que a medida que avanzaba en la lectura reparé en un detalle singular: Marx tenía el gusto de las citas literarias. Citaba a algunos escritores en boga en su tiempo, perfectamente desconocidos para mí, pero también escritores, autores, universales, inmortales como Shakespeare, Dante y Goethe. ¿Y qué sentido tienen las citas literarias en una obra que analiza la sociedad capitalista?, se preguntarán ustedes. Ocurre que Marx ilustraba ciertas ideas que planteaba en su texto mediante pasajes de obras literarias.

Para muestra un botón.

En el capítulo sobre la acumulación primitiva, Marx, analizando el origen de la gran propiedad, desdeña la historia oficial que rodea de una aureola romántica o heroica dicho origen. Y luego pasa a citar un pasaje de la obra Catequización de Goethe. Dice Marx, “Goethe, irritado ante estas pamplinas, se burla de ellas en el siguiente dialogo:

El maestro de escuela: dime, pues, de donde proviene la fortuna de tu padre.

El niño: del abuelo

El maestro de escuela: ¿Y la de este?

El niño: del bisabuelo.

El maestro de escuela: ¿Y la de este último?

El niño: La tomó”.  

Aquí “lo tomó” se entiende por lo robó.

Y así como esta cita literaria hay otras, no son muchas tampoco, pero son suficientes  para concluir que Marx leía mucha literatura, y no tanto de la mala como de la mejor.

Tenemos así una obra cumbre del pensamiento que aborda y analiza el funcionamiento de la sociedad, y que está ilustrada con citas literarias.

Porque la literatura ciertamente es un producto de la sociedad, pero es un producto singular en la medida que vuelve sobre ella para iluminarla, para ilustrarla, ilustrando a sus lectores sobre aspectos íntimos o reveladores de esa misma sociedad.

En efecto, la literatura nos ilustra sobre el tiempo y la sociedad de la que surge, pero – y aquí arribo a la idea central de la ponencia- no como lo hace la historia oficial, formal, sino como una historia o un relato alternativo, que abarca otras dimensiones, otros planos.

¿Qué entiendo yo más exactamente por una historia o un relato alternativo? Pues me sirvo de una frase literaria para ilustrar mis palabras.

 “La novela es la historia privada de las naciones”, reza el epígrafe de la monumental novela Conversación en la catedral. Dicha frase es de Balzac, y Mario Vargas Llosa la colocó como epígrafe de su novela. Yo diría que, en general, la literatura es la historia privada de las naciones, de los pueblos. Lejos de la historia o del relato oficial de una época, esta esa otra historia, ese otro relato o conjunto de relatos que tiende a ser más fiel a la realidad -afectiva, existencial, política, etc- de las personas en general y de las más olvidadas entre estas, en particular.

Por ejemplo, una cosa es y será la historia oficial de la pandemia -políticamente correcta, indolora, aséptica- y otra, muy distinta, la historia de esta contada por los escritores -descarnada, íntima, etc-.

En consecuencia, y con esto concluyo, la literatura, en nuestro caso, está o tiende a estar más cerca del Perú real que del Perú oficial.  He ahí su más grande valor. Muchas gracias.

 

(Texto corregido de la ponencia Literatura y Sociedad ofrecida por el administrador del blog en el marco de la I Feria del Libro “Virgen María” 2022, realizada en el distrito de El Agustino).

Brindis por la Poesía - Gabriel García Márquez


Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como la evidencia, a menudo agobiante, del compromiso que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.

Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el agobiante inventario de las naves que enumeró en su Ilíada el viejo Homero está visitado por un viento que la empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan evidente como milagrosa totalidad rescata a nuestra América en Las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana que cuece los garbanzos en la cocina y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.

En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora evidencia de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía.

Muchas gracias. 

Fe adorable (Antología)

Esta antología es personal. Los relatos reunidos en este volumen han sido entresacados de los tres libros electrónicos que lleva publicados el autor (publicados sin mayor resonancia): Wall Street Venon, El enamorado de Plutón y Covid 666. Las claves de su escritura son muchas. Para mencionar solo una, quizá la principal: los restos de tres sucesivos naufragios, y el incierto material que logró rescatar de estos el autor. 


Pequeña Entrevista con Cenizas


 "Un fuego ardiente nuestra fe, y ceniza la labor de nuestras manos". J.L.Borges

(Entrevista hecha al administrador del blog por los estudiantes de quinto de media del C.E Virgen de Fátima de El Agustino)




La Tierra de la Cópula (fragmento) - Henry Miller

 

Uno puede, ¡uno debe!, vivir gozosamente en medio de un mundo poblado de criaturas afligidas, dolientes. ¿Existe acaso otro mundo en que podamos gozar de la vida? Sé esto: que ya no haré nada  por el solo hecho de hacerlo, que no me mostraré activo por el solo hecho de desplegar actividad . Tampoco reconozco como inevitable o irreparable cuanto hoy se acepta en nombre de la ley o del orden, de la paz y la prosperidad, de la libertad y la seguridad. ¡Que le vendan todo eso a los hotentotes! Me resulta demasiado horrendo para tragarlo. Me propongo vivir en mi propio territorio, un territorio diminuto pero que es el mío propio. A falta de nombre para designarlo, lo llamaré La Tierra de la Cópula.

Ya he aludido a este extraño dominio. Hablé de él como de un «interludio». Y vuelvo aquí a mencionarlo porque ahora se me aparece más real que nunca. En este dominio soy el monarca indiscutido. Loco como un sombrerero, quizá, pero ello solo porque otras 999.999.999.999 personas piensan de modo distinto que yo. Allí donde otros ven raíces de apio, rábanos, chirivíes y coliflores, yo descubro un nuevo retoño, el germen de un orden nuevo.

Mi débil imaginación es incapaz de describir lo que pueda ser la vida sexual de un hombre bajo un nuevo orden. Algo conocemos del frenesí y del éxtasis que caracterizan los ritos y ceremonias de los paganos primitivos; también conocemos algo del arte y la delicadeza que gobiernan el acto sexual entre los iniciados orientales. Pero nunca hemos oído hablar de un pueblo libre de la superstición, de las ceremonias rituales, de la idolatría, del miedo o la culpa. Algunos han sido libres en algunos respectos y otros en otros respectos. Ni siquiera en la época de Arturo – y fue una época gloriosa- vemos al hombre liberado.

Nuestros sueños nos ofrecen una clave para sondear las posibilidades almacenadas en nosotros. En el sueño quien adviene a la vida, quien transita por el pasado, el presente y el futuro con igual libertad, es el hombre adánico, identificado con la tierra, identificado con las estrellas. Para él no existen tabúes, leyes ni convenciones. Prosigue su camino sin que el tiempo, el espacio, las trabas físicas o las consideraciones morales le opongan obstáculo alguno. Se acuesta con su madre tan naturalmente como lo haría con cualquier otra mujer. Si lo hace con un animal de los bosques, satisface su deseo, no siente rebelión alguna. Puede tomar a su propia hija con igual delectación y satisfacción.

En el mundo de la vigilia, encadenados, entumecidos, paralizados por toda suerte de miedos, amenazados a cada paso por castigos reales e imaginarios, casi todos los deseos que intentamos expresar se nos aparecen pecaminosos. Pero el verdadero yo tiene un conocimiento de otra índole, y, en cuanto cerramos los ojos, todos aquellos impulsos prohibidos se desencadenan tumultuosamente. En el ensueño continuamos avanzando a pesar de los alambres de púas, de los precipicios, de las trampas, de los monstruos que se interpongan en nuestro camino. Cuando trabamos o suprimimos nuestros deseos, la vida se torna mezquina, fea, maligna y semejante a la muerte. Tal como es, en otras palabras. Después de todo, el mundo que habitamos no es más que la imagen reflejada de nuestro caos interno. Nuestros médicos, nuestros juristas fanáticos, los pomposos pedagogos y embaucadores que dominan la escena querrían hacernos creer que, si ha de participar en la vida de una comunidad, el hombre salvaje, el ser primitivo, según llaman al hombre natural, ha de ser sujetado y encadenado. Todo ser creador sabe que esto es falso. Nunca se logró nada trabando, maniatando, encadenando a los hombres. Así no se eliminó ningún crimen ni guerra, ninguna codicia ni voracidad, ninguna malignidad ni envidia. Cuanto se consuma en nombre de la Sociedad es la perpetuación de la gran mentira.

                                                                            ***

El espíritu del hombre es como un río que busca el mar. Si se le pone un dique pierde sus fuerzas. ¡Que no se haga responsable al hombre de estos aterradores estallidos! ¡Condénese, en cambio, a la fuerza vital! El espíritu que nos gobierna puede cobrar cualquier forma: nos puede asemejar a los ángeles, a los demonios o a los dioses. Que cada cual haga su opción. Lo único que se interpone en el camino del hombre son sus propios miedos espectrales. El mundo es nuestra casa, pero aún nos falta ocuparla; la mujer a quien amamos nos espera, pero no sabemos dónde encontrarla; el sendero que buscamos está bajo nuestros pies, pero no lo reconocemos. Pertenezcamos a la tierra por mucho o por poco tiempo, las potencias susceptibles de ser concitadas son ilimitadas.

                                                                            ***

El enigma de los dos Chávez - Gabriel García Márquez

Carlos Andrés Pérez descendió al atardecer del avión que lo llevó de Davos, Suiza, y se sorprendió de ver en la plataforma al general Fernando Ochoa Antich, su ministro de Defensa. "¿Qué pasa?", le preguntó intrigado. El ministro lo tranquilizó, con razones tan confiables, que el Presidente no fue al Palacio de Miraflores sino a la residencia presidencial de La Casona. Empezaba a dormirse cuando el mismo ministro de Defensa lo despertó por teléfono para informarle de un levantamiento militar en Maracay. Había entrado apenas en Miraflores cuando estallaron las primeras cargas de artillería.

Era el 4 de febrero de 1992. El coronel Hugo Chávez Frías, con su culto sacramental de las fechas históricas, comandaba el asalto desde su puesto de mando improvisado en el Museo Histórico de La Planicie. El Presidente comprendió entonces que su único recurso estaba en el apoyo popular, y se fue a los estudios de Venevisión para hablarle al país. Doce horas después el golpe militar estaba fracasado. Chávez se rindió, con la condición de que también a él le permitieran dirigirse al pueblo por la televisión. El joven coronel criollo, con la boina de paracaidista y su admirable facilidad de palabra, asumió la responsabilidad del movimiento. Pero su alocución fue un triunfo político. Cumplió dos años de cárcel hasta que fue amnistiado por el presidente Rafael Caldera. Sin embargo, muchos partidarios como no pocos enemigos han creído que el discurso de la derrota fue el primero de la campaña electoral que lo llevó a la presidencia de la República menos de nueve años después.

El presidente Hugo Chávez Frías me contaba esta historia en el avión de la Fuerza Aérea Venezolana que nos llevaba de La Habana a Caracas, hace dos semanas, a menos de quince días de su posesión como presidente constitucional de Venezuela por elección popular. Nos habíamos conocido tres días antes en La Habana, durante su reunión con los presidentes Castro y Pastrana, y lo primero que me impresionó fue el poder de su cuerpo de cemento armado. Tenía la cordialidad inmediata, y la gracia criolla de un venezolano puro. Ambos tratamos de vernos otra vez, pero no nos fue posible por culpa de ambos, así que nos fuimos juntos a Caracas para conversar de su vida y milagros en el avión.

Fue una buena experiencia de reportero en reposo. A medida que me contaba su vida iba yo descubriendo una personalidad que no correspondía para nada con la imagen de déspota que teníamos formada a través de los medios. Era otro Chávez. ¿Cuál de los dos era el real?

El argumento duro en su contra durante la campaña había sido su pasado reciente de conspirador y golpista. Pero la historia de Venezuela ha digerido a más de cuatro. Empezando por Rómulo Betancourt, recordado con razón o sin ella como el padre de la democracia venezolana, que derribó a Isaías Medina Angarita, un antiguo militar demócrata que trataba de purgar a su país de los treintiséis años de Juan Vicente Gómez. A su sucesor, el novelista Rómulo Gallegos, lo derribó el general Marcos Pérez Jiménez, que se quedaría casi once años con todo el poder. Éste, a su vez, fue derribado por toda una generación de jóvenes demócratas que inauguró el período más largo de presidentes elegidos.

El golpe de febrero parece ser lo único que le ha salido mal al coronel Hugo Chávez Frías. Sin embargo, él lo ha visto por el lado positivo como un revés providencial. Es su manera de entender la buena suerte, o la inteligencia, o la intuición, o la astucia, o cualquiera cosa que sea el soplo mágico que ha regido sus actos desde que vino al mundo en Sabaneta, estado Barinas, el 28 de julio de 1954, bajo el signo del poder: Leo. Chávez, católico convencido, atribuye sus hados benéficos al escapulario de más de cien años que lleva desde niño, heredado de un bisabuelo materno, el coronel Pedro Pérez Delgado, que es uno de sus héroes tutelares.

Sus padres sobrevivían a duras penas con sueldos de maestros primarios, y él tuvo que ayudarlos desde los nueve años vendiendo dulces y frutas en una carretilla. A veces iba en burro a visitar a su abuela materna en Los Rastrojos, un pueblo vecino que les parecía una ciudad porque tenía una plantita eléctrica con dos horas de luz a prima noche, y una partera que lo recibió a él y a sus cuatro hermanos. Su madre quería que fuera cura, pero sólo llegó a monaguillo y tocaba las campanas con tanta gracia que todo el mundo lo reconocía por su repique. "Ese que toca es Hugo", decían. Entre los libros de su madre encontró una enciclopedia providencial, cuyo primer capítulo lo sedujo de inmediato: Cómo triunfar en la vida.

Era en realidad un recetario de opciones, y él las intentó casi todas. Como pintor asombrado ante las láminas de Miguel Ángel y David, se ganó el primer premio a los doce años en una exposición regional. Como músico se hizo indispensable en cumpleaños y serenatas con su maestría del cuatro y su buena voz. Como beisbolista llegó a ser un catcher de primera. La opción militar no estaba en la lista, ni a él se le habría ocurrido por su cuenta, hasta que le contaron que el mejor modo de llegar a las grandes ligas era ingresar en la academia militar de Barinas. Debió ser otro milagro del escapulario, porque aquel día empezaba el plan Andrés Bello, que permitía a los bachilleres de las escuelas militares ascender hasta el más alto nivel académico.

Estudiaba ciencias políticas, historia y marxismo al leninismo. Se apasionó por el estudio de la vida y la obra de Bolívar, su Leo mayor, cuyas proclamas aprendió de memoria. Pero su primer conflicto consciente con la política real fue la muerte de Allende en septiembre de 1973. Chávez no entendía. ¿Y por qué si los chilenos eligieron a Allende, ahora los militares chilenos van a darle un golpe? Poco después, el capitán de su compañía le asignó la tarea de vigilar a un hijo de José Vicente Rangel, a quien se creía comunista. "Fíjate las vueltas que da la vida", me dice Chávez con una explosión de risa. "Ahora su papá es mi canciller". Más irónico aún es que cuando se graduó recibió el sable de manos del presidente que veinte años después trataría de tumbar: Carlos Andrés Pérez.

"Además", le dije, "usted estuvo a punto de matarlo".
"De ninguna manera", protestó Chávez. "La idea era instalar una asamblea constituyente y volver a los cuarteles".
Desde el primer momento me había dado cuenta de que era un narrador natural. Un producto íntegro de la cultura popular venezolana, que es creativa y alborozada. Tiene un gran sentido del manejo del tiempo y una memoria con algo de sobrenatural, que le permite recitar de memoria poemas de Neruda o Whitman, y páginas enteras de Rómulo Gallegos.

Desde muy joven, por casualidad, descubrió que su bisabuelo no era un asesino de siete leguas, como decía su madre, sino un guerrero legendario de los tiempos de Juan Vicente Gómez. Fue tal el entusiasmo de Chávez, que decidió escribir un libro para purificar su memoria. Escudriñó archivos históricos y bibliotecas militares, y recorrió la región de pueblo en pueblo con un morral de historiador para reconstruir los itinerarios del bisabuelo por los testimonios de sus sobrevivientes. Desde entonces lo incorporó al altar de sus héroes y empezó a llevar el escapulario protector que había sido suyo.

Uno de aquellos días atravesó la frontera sin darse cuenta por el puente de Arauca, y el capitán colombiano que le registró el morral encontró motivos materiales para acusarlo de espía: llevaba una cámara fotográfica, una grabadora, papeles secretos, fotos de la región, un mapa militar con gráficos y dos pistolas de reglamento. Los documentos de identidad, como corresponde a un espía, podían ser falsos. La discusión se prolongó por varias horas en una oficina donde el único cuadro era un retrato de Bolívar a caballo. "Yo estaba ya casi rendido, -me dijo Chávez-, pues mientras más le explicaba menos me entendía". Hasta que se le ocurrió la frase salvadora: "Mire mi capitán lo que es la vida: hace apenas un siglo éramos un mismo ejército, y ése que nos está mirando desde el cuadro era el jefe de nosotros dos. ¿Cómo puedo ser un espía?". El capitán, conmovido, empezó a hablar maravillas de la Gran Colombia, y los dos terminaron esa noche bebiendo cerveza de ambos países en una cantina de Arauca. A la mañana siguiente, con un dolor de cabeza compartido, el capitán le devolvió a Chávez sus enseres de historiador y lo despidió con un abrazo en la mitad del puente internacional.

"De esa época me vino la idea concreta de que algo andaba mal en Venezuela", dice Chávez. Lo habían designado en Oriente como comandante de un pelotón de trece soldados y un equipo de comunicaciones para liquidar los últimos reductos guerrilleros. Una noche de grandes lluvias le pidió refugio en el campamento un coronel de inteligencia con una patrulla de soldados y unos supuestos guerrilleros acabados de capturar, verdosos y en los puros huesos. Como a las diez de la noche, cuando Chávez empezaba a dormirse, oyó en el cuarto contiguo unos gritos desgarradores. "Era que los soldados estaban golpeando a los presos con bates de béisbol envueltos en trapos para que no les quedaran marcas", contó Chávez. Indignado, le exigió al coronel que le entregara los presos o se fuera de allí, pues no podía aceptar que torturara a nadie en su comando. "Al día siguiente me amenazaron con un juicio militar por desobediencia, -contó Chávez- pero sólo me mantuvieron por un tiempo en observación".

Pocos días después tuvo otra experiencia que rebasó las anteriores. Estaba comprando carne para su tropa cuando un helicóptero militar aterrizó en el patio del cuartel con un cargamento de soldados mal heridos en una emboscada guerrillera. Chávez cargó en brazos a un soldado que tenía varios balazos en el cuerpo. "No me deje morir, mi teniente"... le dijo aterrorizado. Apenas alcanzó a meterlo dentro de un carro. Otros siete murieron. Esa noche, desvelado en la hamaca, Chávez se preguntaba: "¿Para qué estoy yo aquí? Por un lado campesinos vestidos de militares torturaban a campesinos guerrilleros, y por el otro lado campesinos guerrilleros mataban a campesinos vestidos de verde. A estas alturas, cuando la guerra había terminado, ya no tenía sentido disparar un tiro contra nadie". Y concluyó en el avión que nos llevaba a Caracas: "Ahí caí en mi primer conflicto existencial".

Al día siguiente despertó convencido de que su destino era fundar un movimiento. Y lo hizo a los veintitrés años, con un nombre evidente: Ejército bolivariano del pueblo de Venezuela. Sus miembros fundadores: cinco soldados y él, con su grado de subteniente. "¿Con qué finalidad?" le pregunté. Muy sencillo, dijo él: "con la finalidad de prepararnos por si pasa algo". Un año después, ya como oficial paracaidista en un batallón blindado de Maracay, empezó a conspirar en grande. Pero me aclaró que usaba la palabra conspiración sólo en su sentido figurado de convocar voluntades para una tarea común.

Esa era la situación el 17 de diciembre de 1982 cuando ocurrió un episodio inesperado que Chávez considera decisivo en su vida. Era ya capitán en el segundo regimiento de paracaidistas, y ayudante de oficial de inteligencia. Cuando menos lo esperaba, el comandante del regimiento, Ángel Manrique, lo comisionó para pronunciar un discurso ante mil doscientos hombres entre oficiales y tropa.

A la una de la tarde, reunido ya el batallón en el patio de fútbol, el maestro de ceremonias lo anunció. "¿Y el discurso?", le preguntó el comandante del regimiento al verlo subir a la tribuna sin papel. "Yo no tengo discurso escrito", le dijo Chávez. Y empezó a improvisar.
Fue un discurso breve, inspirado en Bolívar y Martí, pero con una cosecha personal sobre la situación de presión e injusticia de América Latina transcurridos doscientos años de su independencia. Los oficiales, los suyos y los que no lo eran, lo oyeron impasibles. Entre ellos los capitanes Felipe Acosta Carle y Jesús Urdaneta Hernández, simpatizantes de su movimiento. El comandante de la guarnición, muy disgustado, lo recibió con un reproche para ser oído por todos:

"Chávez, usted parece un político".
"Entendido", le replicó Chávez.

Felipe Acosta, que medía dos metros y no habían logrado someterlo diez contendores, se paró de frente al comandante, y le dijo: "Usted está equivocado, mi comandante. Chávez no es ningún político. Es un capitán de los de ahora, y cuando ustedes oyen lo que él dijo en su discurso se mean en los pantalones".

Entonces el coronel Manrique puso firmes a la tropa, y dijo: "Quiero que sepan que lo dicho por el capitán Chávez estaba autorizado por mí. Yo le di la orden de que dijera ese discurso, y todo lo que dijo, aunque no lo trajo escrito, me lo había contado ayer". Hizo una pausa efectista, y concluyó con una orden terminante: "¡Que eso no salga de aquí!".

Al final del acto, Chávez se fue a trotar con los capitanes Felipe Acosta y Jesús Urdaneta hacia el Samán del Guere, a diez kilómetros de distancia, y allí repitieron el juramento solemne de Simón Bolívar en el monte Aventino. "Al final, claro, le hice un cambio", me dijo Chávez. En lugar de "cuando hayamos roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español", dijeron: "Hasta que no rompamos las cadenas que nos oprimen y oprimen al pueblo por voluntad de los poderosos".

Desde entonces, todos los oficiales que se incorporaban al movimiento secreto tenían que hacer ese juramento. La última vez fue durante la campaña electoral ante cien mil personas. Durante años hicieron congresos clandestinos cada vez más numerosos, con representantes militares de todo el país. "Durante dos días hacíamos reuniones en lugares escondidos, estudiando la situación del país, haciendo análisis, contactos con grupos civiles, amigos. "En diez años -me dijo Chávez- llegamos a hacer cinco congresos sin ser descubiertos".

A estas alturas del diálogo, el Presidente rió con malicia, y reveló con una sonrisa de malicia: "Bueno, siempre hemos dicho que los primeros éramos tres. Pero ya podemos decir que en realidad había un cuarto hombre, cuya identidad ocultamos siempre para protegerlo, pues no fue descubierto el 4 de febrero y quedó activo en el Ejército y alcanzó el grado de coronel. Pero estamos en 1999 y ya podemos revelar que ese cuarto hombre está aquí con nosotros en este avión". Señaló con el índice al cuarto hombre en un sillón apartado, y dijo:
"¡El coronel Badull!".
De acuerdo con la idea que el comandante Chávez tiene de su vida, el acontecimiento culminante fue El Caracazo, la sublevación popular que devastó a Caracas. Solía repetir: "Napoleón dijo que una batalla se decide en un segundo de inspiración del estratega". A partir de ese pensamiento, Chávez desarrolló tres conceptos: uno, la hora histórica. El otro, el minuto estratégico. Y por fin, el segundo táctico. "Estábamos inquietos porque no queríamos irnos del Ejército", decía Chávez. "Habíamos formado un movimiento, pero no teníamos claro para qué". Sin embargo, el drama tremendo fue que lo que iba a ocurrir ocurrió y no estaban preparados. "Es decir -concluyó Chávez- que nos sorprendió el minuto estratégico".

Se refería, desde luego, a la asonada popular del 27 de febrero de 1989: El Caracazo. Uno de los más sorprendidos fue él mismo. Carlos Andrés Pérez acababa de asumir la presidencia con una votación caudalosa y era inconcebible que en veinte días sucediera algo tan grave. "Yo iba a la universidad a un posgrado, la noche del 27, y entro en el fuerte Tiuna en busca de un amigo que me echara un poco de gasolina para llegar a la casa", me contó Chávez minutos antes de aterrizar en Caracas. "Entonces veo que están sacando las tropas, y le pregunto a un coronel: ¿Para dónde van todos esos soldados? Porque que sacaban los de Logística que no están entrenados para el combate, ni menos para el combate en localidades. Eran reclutas asustados por el mismo fusil que llevaban. Así que le pregunto al coronel: ¿Para dónde va ese pocotón de gente? Y el coronel me dice: A la calle, a la calle. La orden que dieron fue esa: hay que parar la vaina como sea, y aquí vamos. Dios mío, ¿pero qué orden les dieron? Bueno Chávez, me contesta el coronel: la orden es que hay que parar esta vaina como sea. Y yo le digo: Pero mi coronel, usted se imagina lo que puede pasar. Y él me dice: Bueno, Chávez, es una orden y ya no hay nada qué hacer. Que sea lo que Dios quiera".

Chávez dice que también él iba con mucha fiebre por un ataque de rubéola, y cuando encendió su carro vio un soldadito que venía corriendo con el casco caído, el fusil guindando y la munición desparramada. "Y entonces me paro y lo llamo", dijo Chávez. "Y él se monta, todo nervioso, sudado, un muchachito de 18 años. Y yo le pregunto: Ajá, ¿y para dónde vas tú corriendo así? No, dijo él, es que me dejó el pelotón, y allí va mi teniente en el camión. Lléveme, mi mayor, lléveme. Y yo alcanzo el camión y le pregunto al que los lleva: ¿Para dónde van? Y él me dice: Yo no sé nada. Quién va a saber, imagínese". Chávez toma aire y casi grita ahogándose en la angustia de aquella noche terrible: "Tú sabes, a los soldados tú los mandas para la calle, asustados, con un fusil, y quinientos cartuchos, y se los gastan todos. Barrían las calles a bala, barrían los cerros, los barrios populares. ¡Fue un desastre! Así fue: miles, y entre ellos Felipe Acosta". "Y el instinto me dice que lo mandaron a matar", dice Chávez. "Fue el minuto que esperábamos para actuar". Dicho y hecho: desde aquel momento empezó a fraguarse el golpe que fracasó tres años después.

El avión aterrizó en Caracas a las tres de la mañana. Vi por la ventanilla la ciénaga de luces de aquella ciudad inolvidable donde viví tres años cruciales de Venezuela que lo fueron también para mi vida. El presidente se despidió con su abrazo caribe y una invitación implícita: "Nos vemos aquí el 2 de febrero". Mientras se alejaba entre sus escoltas de militares condecorados y amigos de la primera hora, me estremeció la inspiración de que había viajado y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más. 

Covid 666

Salvo el último, todos los relatos que componen este libro se publican por primera vez con él. Y aunque el título que los encabeza tiene que ver en parte con la última pandemia; la virulencia, la sorda virulencia, que todos ellos acusan es más bien endémica.

"¿Llegaría alguno de los clarissos a rendir el corazón de su madre a fuerza de traerle víveres?, se preguntaba desde entonces Mía. ¿Quién quedase de todos ellos al final de la cuarentena sería su padrastro? ¡Antes prefería morir de hambre o del maldito virus! La joven empezó a vigilar los gestos de su madre, a recelar incluso de sus cánticos de siempre, mientras los clarissos seguían presentándose en la puerta de la vieja pensión".

A un muchacho andaluz - Luis Cernuda

 Te hubiera dado el mundo,

muchacho que surgiste
al caer de la luz por tu Conquero,
tras la colina ocre,
entre pinos antiguos de perenne alegría.
Eras emanación del mar cercano?
Eras el mar aún más
que las aguas henchidas con su aliento,
encauzadas en río sobre tu tierra abierta,
bajo el inmenso cielo con nubes que se orlaban de
rotos resplandores.
Eras el mar aún más
tras de las pobres telas que ocultaban tu cuerpo;
eras forma primera,
eras fuerza inconsciente de su propia hermosura.
Y tus labios, de bisel tan terso,
eran la vida misma,
como una ardiente flor
nutrida con la savia
de aquella piel oscura
que infiltraba nocturno escalofrío.
Si el amor fuera un ala.
La incierta hora con nubes desgarradas,
el río oscuro y ciego bajo la extraña brisa,
la rojiza colina con sus pinos cargados de secretos,
te enviaban a mí, a mi afán ya caído,
como verdad tangible.
Expresión amorosa de aquel mismo paraje,
entre los ateridos fantasmas que habitaban nuestro
mundo,
eras tú una verdad,
sola verdad que busco,
mas que verdad de amor, verdad de vida;
y olvidando que sombra y pena acechan de continuo
esa cúspide virgen de la luz y la dicha,
quise por un momento fijar tu curso ineluctable.
Creí en ti, muchachillo.
Cuando el amor evidente,
con el irrefutable sol del mediodía,
suspendía mi cuerpo
en esa abdicación del hombre ante su dios,
un resto de memoria
levantaba tu imagen como recuerdo único.
Y entonces,
con sus luces el violento Atlántico,
tantas dunas profusas, tu Conquero nativo,
estaban en mí mismo dichos en tu figura,
divina ya para mi afán con ellos,
porque nunca he querido dioses crucificados,
tristes dioses que insultan
esa tierra ardorosa que te hizo y te hace.
Luis Cernuda

Vientos del pueblo (Dedicatoria) - Miguel Hernandez

                                                                          Dedico este libro

                                                               A Vicente Aleixandre

 

Vicente: A nosotros, que hemos nacido  poetas  entre todos  los hombres, nos ha hecho poetas la vida  junto a todos los hombres. Nosotros venimos  brotando  del manantial  de las guitarras  acogidas  por el pueblo, y cada poeta  que muere  deja en manos de otro, como una herencia, un instrumento que viene rodando desde la eternidad de la nada a nuestro corazón esparcido. Ante la sombra de dos poetas, nos levantamos otros dos, y ante la nuestra se levantaran otros dos mañana. Nuestro cimiento será siempre el mismo: la tierra. Nuestro destino es parar en las manos del pueblo. Solo esas honradas manos pueden contener lo que la sangre honrada del poeta derrama vibrante. Aquel que se atreve a manchar  esas manos, aquellos que se atreven a deshonrar esa sangre, son los traidores asesinos del pueblo y la poesía, y nadie los lavara: en su misma suciedad quedaran cegados. Tu voz y la mía irrumpen  del mismo venero. Lo que echo de menos en mi guitarra, lo hallo en la tuya. Pablo Neruda y tú me habéis  dado imborrables pruebas de poesía, y el pueblo hacia el que tiendo todas mis raíces alimenta y ensancha mis ansias  y mis cuerdas con el soplo cálido de sus movimientos nobles.

Los poetas  somos viento del pueblo: nacemos  para pasar soplando  a través de sus poros y conducir sus ojos  y sus sentimientos  hacia las cumbres màs hermosas. Hoy, este hoy de pasión, de vida, de muerte, nos empuja de un imponente modo  a ti, a mí, a varios, hacia al pueblo. El pueblo espera a los poetas  con la oreja  y el alma tendidas al pie de cada siglo.


                                                                           “Vientos del Pueblo”, Miguel Hernàndez


Two poems english - Jorge Luis Borges

1

The useless dawn finds me in a deserted streetcorner; I have outlived the night.
Nights are proud waves: darkblue topheavy waves laden with all hues of deep spoil, laden with things unlikely and desirable.
Nights have a habit of mysterious gifts and refusals, of things half given away, half, withheld, of joys with a dark hemisphere. Nights act that way, I tell you.
The surge, that night, left me the customary shreds and odd ends: some hated friends to chat with, music for dreams, and the smoking of bitter ashes. The things my hungry heart has no use for.
The big wave brought you.
Words, any words, your laughter; and you so lazily and incessantly beautiful. We talked and you have forgotten the words.
The shattering dawn finds me in a deserted street of my city.
Your profile turned away, the sounds that go to make your name, the lilt of your laughter: these are illustrious toys you have left me.
I turn them over in the dawn, I lose them, I find them; I tell them to the few stray stars dogs and the few stray stars of the dawn.
Your dark rich life…
I must get at you, somehow: I put away those illustrious toys you have left me, I want your hidden look, your real smile –that lonely, mocking smile your cool mirror knows.
                                                                                                                                                              

1

La inútil alba me halla en una esquina desierta; he sobrevivido a la noche.

Las noches son orgullosas olas: olas de un azul oscuro cargadas de todas las tonalidades de profundos despojos, cargadas de cosas improbables y deseables.

Las noches tienen la costumbre de los misteriosos dones y negativas, de cosas medio dadas, medio retenidas, de alegrías con un hemisferio oscuro. Las noches suelen actuar así, te digo.

El ansia, en aquella noche, me dejó con los consabidos jirones y despojos: algunos odiados amigos con quienes conversar, música para los sueños, y el humear de amargas cenizas. Cosas que no le sirven a mi hambriento corazón.

La gran ola te trajo.

Palabras, toda clase de palabras, tu risa; y vos, tan lánguida e incesantemente bella. Hablamos, y te olvidaste de las palabras.

El alba desgarradora me encuentra en una calle desierta de mi ciudad.

Tu perfil dándome la espalda, los sonidos que se unen para hacer tu nombre, la cadencia de tu risa: son ilustres juguetes que me dejaste.

Los dejo en el alba, los pierdo, los encuentro; los muestro a los pocos perros vagabundos y las pocas estrellas vagabundas del alba.

Tu oscura y rica vida...

Debo alcanzarte, de algún modo; dejé esos ilustres juguetes que me dejaste. Quiero tu mirada escondida, tu sonrisa verdadera: esa sonrisa burlona y solitaria que tu frío espejo conoce.

La sacerdotisa

  Eran los días de la pandemia, días inciertos de zozobra general con todos nosotros encerrados, enclaustrados,                 ...