En otro tiempo, no mucho antes de la pandemia, la Feria
del libro de Lima aun podía tentarme y hasta exaltarme con ciertos resabios de
poesía y de praxis política. Aún no había perdido del todo el brillo de su
primera época, cuando el ingreso era libre y el espacio que abarcaba, a un lado
de la avenida La Marina en San Miguel, era mucho más grande. San Miguel es un
distrito semiperiférico de Lima, ubicado frente al mar y a inicios del siglo
contaba con un gran espacio para la realización de eventos anuales como la
Feria del hogar o la Feria del libro de Lima. Ahora sobre ese espacio se
levanta un inmenso centro comercial. Otro más.
Con el tiempo, la feria se trasladó a espacios de menor extensión cuando no peor acondicionados, pero que tenían algo en común: se hallaban en los dominios de la Lima burguesa: distritos de Surco o Jesús María. ¿Fue por eso que la entrada empezó a tener un costo –actualizado siempre al alza- y la feria devino en una institución más del feriado patrio limeño? Ignoro la respuesta. En cualquier caso, yo no dejaba de volver año tras año a fin de recorrer sus instalaciones portátiles y llevarme eventualmente un par de libros. Libros de los que por cierto ignoraba todo al momento de entrar a la feria, salvo quizá que era preferible buscarlos en alguna librería de viejo de la misma -El Aleph por ejemplo- o en el stand de alguna importadora -los precios allí eran por lo general bajísimos- el resto, ¿autor? ¿título?, lo sabría demasiado bien cuando los viese. Nunca fui buscando algún título en particular, ni tampoco me interesó nunca adquirir alguno de los que estaban en boga.
La entidad que organiza la FIL es la Cámara peruana del
libro, o sea la patronal de la industria del libro, y su enfoque invariablemente
comercial, pero alguna vez hubo un stand, uno solo, que respondía al enfoque
opuesto: los libros allí no se vendían, ni aun por debajo de su costo, no:
directamente se obsequiaban. Un enfoque social que parecía una extravagancia en
el Perú del neoliberalismo, pero que en otro país era adoptado por el estado
nacional en su política de promoción cultural: ese país era la República
Bolivariana de Venezuela. Como otros países de nuestra región, también
Venezuela estaba presente en la feria con un stand y quien se interesase por
alguno de los libros de su catálogo podía llevarse el mismo sin pagar un
céntimo. Y hubo un año o dos en el que el interesado podía haberse llevado
hasta dos libros de su elección. Esto ocurría durante los años posteriores a la
crisis del 2008, los mismos que se caracterizaron, entre otras cosas, por el altísimo
precio que alcanzó el barril de petróleo: principal producto de exportación del
país llanero.
Naturalmente, todos los libros habían sido editados con fondos del estado venezolano y la mayoría formaba parte de una colección o biblioteca popular cuyos volúmenes contaban con una página pre liminar con las mismas palabras de presentación. De hecho, la frase final era más bien una consigna: “¡Moral y luces que la palabra sea inspiración para el ímpetu del poder popular!” ¿Regalar libros?, ¿regalar cosas?, ¿no es acaso eso una muestra de la política que llevó a la quiebra al estado venezolano? ¿no hacia eso parte de un derroche que acabó arrastrando a la economía venezolana a la debacle actual? ¿acaso no estamos prevenidos los latinoamericanos contra el gasto irresponsable del estado y sus consecuencias? Sin embargo, es preciso ser claro con quienes la emprenden de esta guisa contra el estado venezolano y señalar una vez más que la debacle del mismo fue precipitada por las sanciones económicas impuestas por los Estados Unidos de América en el año 2015: como una de sus últimas medidas en el gobierno, el presidente “progresista” Barack Obama firmó entonces el decreto que declaraba a Venezuela como una amenaza a la seguridad nacional de los Estados Unidos con todo lo que eso supuso. Ni que decir tiene que esta medida absurda y a un tiempo criminal continuó y las sanciones arrecieron durante el primer gobierno de Trump.
El stand de Venezuela no figuró en las lista de
participantes de la ultima edición de la FIL.
Señalaba líneas atrás que la entidad que organiza la FIL
es la Cámara peruana del libro, o sea la patronal de la industria del libro, y
en su ámbito son principalmente los fastos de esta industria -con sus títulos
y autores mainstream- los que se
exaltan y venden. Así ha sido siempre. Sin embargo, no recuerdo haber asistido
a una edición de la feria tan comercial como la recién pasada. Parecía un mal
simulacro de si misma. No era ya el mes de Julio cuando me cité y reuní allí
con nuestro camarada Samuel, pero era la resaca del reciente feriado patrio lo
que sentía a mi alrededor. El tercer feriado patrio bajo el régimen espurio y
asesino de Dina Boluarte.
Yo que le había dado la bienvenida a nuestro camarada a
una ciudad, Lima, de la que nunca me he sentido parte, ahora concurría con él a
su capítulo quizá más culturoso, pero no por ello menos viciado y decadente.
Bajo el entoldado, las instalaciones de la feria se veían
más apretadas, más deslucidas ¿era por qué una parte más grande de estas
funcionaba ahora como expendios de comida? No recordaba que hubiese hasta tres
patios de comida, sin contar el humoso enclave de una conocida cadena de
pollería. ¿Habían sacrificado parte de las áreas comunes o de tránsito a otros
rubros mucho más comerciales? ¿Era uno de esos rubros el de los grandes medios
corporativos? Porque, eso sí, no importaba que estos fariseos, aliados sinuosos
del régimen, no ofreciesen ningún libro, igual sus dos módulos –del diario El
Comercio y del canal Latina- estaban entre los más grandes y llamativos, y se
hallaban en el corazón de la feria. En el otro extremo, elaborando su contenido
alternativo y sin mayores recursos, vi a un conocido booktuber. Uno solo: medraba en los alrededores de uno de los
patios de comida.
Así, a despecho de toda la alegría que sentía por ver de
nuevo al buen Samuel, mi ojeriza no daba signos de remitir.
Y si en otro tiempo no hubiera dejado de llamar la
atención de nuestro camarada sobre alguna bondad de la FIL -la presencia de una
editorial popular y alternativa como Achawata por ejemplo- ahora solo la
emprendí contra esta. “Considérame un detractor de esta mierda”, le dije a
nuestro camarada. De hecho, no dejé de evocar la breve experiencia de la
Antifil: esa contrapropuesta que reunía a algunos renegados de la industria del
libro y que, lamentable, aunque previsiblemente, no pudo sobrevivir a la
pandemia.
Sin embargo, no fue hasta advertir que en toda la FIL no
era posible hallar el recién publicado libro de Andrés Manuel López Obrador que
mi tirria arreció.
Era la primera vez que asistía a la FIL buscando un título en particular y este no estaba. Tantos libros como se vendían y exhibían en ese tinglado de feria y el publicado por el presidente del país más grande de hispanoamérica simplemente no estaba. En cambio, la publicación de otro presidente bien que era ofrecida a viva voz en un corredor de la feria. “Aquí tienen el libro de Javier Milei”, salmodiaba agencioso un "libertario" limeño en un stand de literatura "libertaria". “Es la primera vez que veo un stand de esta gente en la FIL”, le dije a nuestro camarada. Era el acabose. Recordé que en la edición anterior de la FIL, el año 2023, México iba a ser el país invitado de honor de la misma, sin embargo la postura que adoptó su gobierno contra el gobierno espurio de Dina Boluarte supuso, entre otras cosas, que rechazara esta invitación. Postura que, por cierto, honró al gobierno mexicano y a su presidente a ojos de la gran mayoría de peruanos. Ya en el 2024, México participaba de la FIL como un invitado más: tenía un módulo convencional en la zona internacional. Sin embargo, allí solo se exhibían motivos del rico folclore mexicano. Y por lo que me dijo nuestro camarada, el libro de AMLO no había sido editado por el Fondo de Cultura Económica (la más grande editorial mexicana): así que en el módulo de este tampoco estaba. “Como sabes el Fondo es público y hubiera parecido una mamada al jefe”, señaló nuestro camarada. Luego agregó que el libro –uno de los más vendidos ese año en México- había aparecido con una firma transnacional: Planeta. Sin embargo, en el módulo de esta última el libro brillaba por su ausencia. “No lo tenemos”, nos confirmó un dependiente. ¡El libro malvenido de Milei en cambio lo ofrecían a viva voz en un stand de literatura “libertaria”!
¿Diferencias? El presidente de México ya culminaba su
gestión al frente de la nación azteca con una alta aprobación ciudadana y quien
tenía asimismo las más altas probabilidades de sucederlo en el cargo era alguien
de su propio partido: Claudia Sheinbaum. En buena cuenta, y para ser la primera
gestión de izquierda en décadas, el presidente había cumplido con las
expectativas ciudadanas, salía por la puerta grande y pasaba la posta a la
primera mujer presidenta de México. “Gracias” se llamaba el libro con el que su
autor consagraba su paso por la presidencia del país con mayor número de
hispanohablantes del mundo y segunda economía en Latinoamérica. En el otro
extremo, estaba Javier Milei, presidente de Argentina, que ni siquiera había
cumplido la mitad de su accidentada gestión y ya era elevado en las brumas del
triunfalismo más patético por sus seguidores: para alimentar toda esa bruma
mediática había escrito el libro de marras.
¿Otras diferencias? Muchas, demasiadas, tantas como las
hay entre un dar las gracias y una amenaza con motosierra.
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