Pintor sombrío (Entrevista a Víctor Humareda) - Manuel Jesús Orbegozo

 

En un restaurant de La Parada, donde entran asaltantes disfrazados de buena gente y buena gente disfrazada de asaltante, Víctor Humareda, el sórdido pintor de Lampa, enfría su caldo de gallina. Son más de las doce de la noche y las yerbas nadan sobre la sopa. “A mí no me gusta el mar, pero me gustan las algas que como estas yerbas parecen verdes constelaciones, el color…, mira, verde-verde…y también me gustan los fideos porque son huidizos como fantasmas…se zafan de mi cuchara como anguilas…”.

Sube el vapor caliente hasta sus anchas narices, hasta su alma. Dice: “Siquiera una vez al año nos dieran caldo de gallina en la pensión…”

Y se ríe a carcajadas de la pensión. Y del hambre.

Tú, ¿alguna vez casi te has muerto de hambre?

Nunca, porque como, ahí mismo.

Come para vivir, Humareda, porque le tiene pánico a la muerte. “Le tengo tanto miedo que en mi sueño me atrapa, me aprieta la garganta, entonces me despierto acezando como si acabara una gran carrera…pon si quieres que soy cobarde con la muerte…”

En su atelier -¿qué atelier puede ser éste donde no hay ni anchas ventanas de luz?- Humareda vuelve a repetir que le tiembla a la muerte. Su atelier es el cuarto 283 del “Hotel Lima” donde vive doce años. Departamento que parece un cuadro de dos x tres con un marco de soledad infinita. “Nadie tiene idea de mi soledad… aquí en mi encierro parezco un animal del zoológico…¿tú has visto esos animales que dan vuelta y vuelta sobre sus propios pasos… día y noche?”

En su atelier -¿qué atelier es este?- hay pomos de aguarrás vacíos con una costra de polvo endurecida por los años; hay chisguetes pisoteados; una mesa con un corcho, un guillete, un periódico y una carta –“mi madre es la única que me escribe”-; un sillón despanzurrado, donde yace su saco sin botones y su pantalón de ajedrez. Y soledad, demasiada soledad.


“Y, nada más tiene el pobre”.

Sí, tengo otro terno, el que tengo puesto, pero este es solo para visitar las exposiciones.

Y para visitar a tus maestros, a tus…

Mis maestros son Goya Lucientes. Gutierrez Solana, y Daumier –se escribe d-a-u-m-i-e-r, el Greco del “Entierro del Conde de Orgaz”, El Tintoretto…

Y también…

No, esos son unos enanos, en comparación…pero no pongas esas cosas porque me voy a quedar más solo…tú ¿nunca has estado solo?...yo soy como un animal…después de un rato mis amigos comienzan a aburrirse de mí…Soy feo, pero es más feo que yo busque tanto la soledad…me ven hacer muecas y se van…nunca más regresan…”

“Este está loco, ¿qué pintor va a ser éste…?

-Sí, soy pintor desde que nací. A los dieciocho años vine a Lima. Ingresé a la Escuela de Bellas Artes, ahí estuve seis años. Al egresar obtuve una bolsa de viaje para ir a Buenos Aires…nunca he recibido tanta plata…creo que eran dos mil soles… En Buenos Aires estudié con Urruchúa, pero pon que mis maestros son Velásquez, Goya, ¿ya pusiste Goya…?

En el mundo de La Parada, Víctor Humareda se distrae viendo pasar a los mendigos descascarando plátanos, con sus latas de atún llenas de pedazos de pan y sobras de arroz chaufa. “¿Qué quieres que pinte si yo sólo vivo en este medio, en medio de esta miseria…yo no puedo pintar naturalezas muertas con botellas de whisky y muñecas…yo tengo que pintar viejas flacas, esqueléticas, chismosas, tuertas…me gustaría vivir en un castillo rodeado de bufones, caballeros con arandelas de color…yo debí haber nacido en el siglo XVIII…”.

“Este está loco…éste parece…”

¿Qué parezco? Habla…si te digo que soy un genio, te ríes; si te digo que nadie pinta como yo, te ríes, dices que estoy loco…entonces no me preguntes nada…yo soy un ególatra…soy raro…a veces voy por el jirón de la Unión para ver qué cara ponen los que me conocen cuando me ven pasar rápido como el viento…todos piensan lo mismo que estás pensando tú, ahora…¿qué crees que piensan..? Otras veces voy a un cine del “centro”, el boletero me queda mirando, me mira, “pase” me dice; adentro me siento como “el Convidado de Piedra” hasta que me aburro y me salgo, me voy al “Alameda”, ahí sí estoy como en mi casa…”

¿Qué diferencia encuentras entre…?

Del cine del “centro” salgo con catorce soles menos y pulgas, pocas pero de buena familia…

En un salón local de exposiciones, el cáustico, el sombrío, el que se gana la vida haciendo retratos en los bares, muestra su obra actual. Allí nadie cree que él es el autor. Como un oso, atrapado por una corbata que le fastidia, Humareda se detiene a veces frente a “Pierrot”. “Pierrot” es una figura demasiado triste para llamarle Hamlet (“Ah, pon que me gusta Shakespeare, tú no has puesto que he visto teatro ingles en estos días”). Luego se detiene frente al cuadro.

“San Cosme” que aparece naciendo de las sombras, con sus recovecos donde se esconde la miseria que es un libro abierto para los sociólogos y una distracción para los del “Cuerpo de Paz”. De pronto, el sol ¡pum! cae como un dardo sobre un costado del cuadro haciéndolo sangrar en rojo y oro.

Ahí, está también una “Loca con su sombra”, contándose sus cosas; hay unos “Hombres con mascara” que parecen una pesadilla; y un “Cabaret” pero no de esos de a dos por medio que Humareda suele frecuentar, por que él quisiera ver bañándose a Popea, por que Humareda como Di Cavalcanti el gigante brasileño, clama también:

¡Yo soy pintor, pero también soy hombre!

Humareda debe ser una especie de jorobado de Notre Dame si es que se le voltea como un guante. Adentro debe estar apiñado de sartres, de kafkas, de poes, de hesses, de baudelaires “pon todos los hombres sórdidos que quieras, todos los que han amado la soledad como una necesidad y no como una pose… pon que me gustan los corsés, las risas de las locas…las ratas…los murciélagos…y que detesto la política tanto como la pintura que no tiene forma ni color…”

“Este parece…”

Mejor no escribas nada, mejor no me hagas nada…anda recibe a Goulart…ese debe interesar más a tus lectores…hasta mañana…mañana regresaré a las diez…”

Se han pasado muchas “mañanas” y Humareda no ha regresado aún.

                                                                                                              El Comercio Gráfico, 6 de abril de 1964



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