La impronta del idealismo alemán en el "Ariel" de José Enrique Rodó

 Estamos en el año  1900

Ha pasado más de medio siglo de la gesta independentista que acabó con el dominio de la corona española sobre gran parte de Latinoamérica, y la promesa que entonces representaba nuestra región de algo nuevo y mejor con relación al pasado colonial y la misma Europa aún no se ha cumplido. Sin embargo, ese mismo año el uruguayo José Enrique Rodó publica Ariel, libro donde el autor confirma que dicha promesa está intacta, pues, así como hay una juventud individual hay una juventud de los pueblos, y Latinoamérica como pueblo, como sociedad, es todavía joven.

Como se ve, a pesar de las guerras fratricidas que ensangrentaron el suelo latinoamericano las últimas décadas del siglo XIX –Guerra del Pacifico, guerra del Chaco, etc- Rodó aun concibe a Latinoamérica como una unidad. En ese sentido, es consecuente con la idea de la Patria Grande que tenían nuestros libertadores (una idea con una carga revolucionaria todavía vigente). Sin embargo, mientras que en ellos dicha idea no estaba huérfana de una praxis revolucionaria, en Rodó se halla a la sombra de un idealismo ya para entonces decadente: el idealismo romántico alemán. Y es que Rodó parece arrastrar esa impronta del siglo pasado a lo largo de su texto. Así, en el presente artículo, trataremos de evidenciar las formas que adopta dicha impronta en el Ariel.

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En las primeras páginas del Ariel hay un pasaje que a nuestro juicio equivale a una petición de principio: “La civilización de un pueblo adquiere su carácter, no de las manifestaciones de su prosperidad o de su grandeza material, sino de las superiores maneras de pensar y de sentir…”. Y si bien Rodó a continuación parafrasea a Comte, se diría que el positivismo del francés se destaca a lo largo del texto sobre un fondo de idealismo consumado.

En el caso de nuestros libertadores, recordemos, las ideas por sí solas no bastaban: estas se templaban en la fragua de la realidad inmediata –su liderazgo en la gesta independentista o en la gestión gubernamental así lo exigía- en tanto que Rodó parece abandonarse a las suyas sin mayor reparo (tentación, esta última, en la que suelen caer muchos intelectuales).

Allí está el caso de José Gervasio Artigas, uruguayo como Rodó, figura indiscutible de la gesta emancipadora latinoamericana: este general entendía que dicha gesta implicaba también la reivindicación económica de los trabajadores del campo e impulsó la primera reforma agraria de nuestro continente, entre otras medidas revolucionarias. Eduardo Galeano, en su libro Las Venas Abiertas de América Latina se expresa de este líder uruguayo en los siguientes términos: “Artigas quiso echar las bases económicas, sociales, y políticas de una Patria Grande en los límites del Virreinato del Rio de la Plata…Luchó contra los españoles y los portugueses, y finalmente sus fuerzas fueron trituradas por el juego de pinzas de Rio de Janeiro y Buenos Aires, instrumentos del Imperio Británico, y por la oligarquía que fiel a su estilo, lo traicionó, no bien se sintió a su vez traicionada por el programa de reivindicaciones sociales del caudillo”.

Paradójicamente, luego de empezar su texto con un ánimo renovador y reafirmando la promesa que representa nuestro continente de cara al futuro, Rodó objeta las nuevas corrientes políticas o ideológicas que entonces se abrían paso por el mundo. Objeta sobre todo un rasgo particular que estas, a su juicio, comparten: el igualitarismo.

Para Rodó el igualitarismo equivale a rebajar la alta cultura de una sociedad cuando no a equipararla con la vulgaridad del pueblo llano, de la plebe. La experiencia del igualitarismo jacobino durante los días de la revolución francesa aun le produce horror y no duda en juzgarla como una utopía que el idealismo alemán se encargó de rectificar. Destaca a Carlyle y su noción de la superioridad individual mientras que hace escarnio de Prudhomm. Sí, Carlyle, el mismo de quien Jorge Luis Borges señala lo siguiente en el texto, “Dos libros”, incluido en su volumen de ensayos Otras inquisiciones: “Este, en 1843, escribió que la democracia es la desesperación de no encontrar héroes que nos dirijan,…, anheló un mundo que no fuera “el caos provisto de urnas electorales”, abominó de la abolición de la esclavitud,…,ponderó la pena de muerte,…,e inventó la Raza Teutónica”. 

Sin embargo, aunque los ecos de la revolución francesa aún resuenan por el mundo, según Rodó, hay otra forma del igualitarismo que avanza y se cierne como una amenaza real sobre el futuro de la humanidad: “La ferocidad igualitaria no ha manifestado sus violencias en el desenvolvimiento democrático de nuestro siglo, ni se ha opuesto en formas brutales a la serenidad y la independencia de la cultura intelectual. Pero, a la manera de una bestia feroz en cuya posteridad domesticada hubiérase cambiado la acometividad en mansedumbre artera e innoble, el igualitarismo en la forma mansa de la tendencia a lo utilitario y lo vulgar, puede ser un objeto real de acusación contra la democracia del siglo XIX”.

Para Rodó esta forma “mansa” del igualitarismo tiene su modelo en la democracia estadounidense. Y objeta que este sea el modelo que muchos propongan para el desarrollo de Latinoamérica. Y para sustentar su postura, el autor uruguayo invoca, como no, a un fantasma del romanticismo alemán: el genio nacional (Volksgeist).

Postulado por primera vez por Herder a fines del siglo XVIII, la idea de “genio” recurrirá en las páginas del movimiento romántico alemán: con ella muchos de sus autores harán referencia al alma colectiva de un pueblo o una nación (en su caso particular, por cierto, lo que les interesa exaltar es el genio alemán).

Pues bien, será este fantasma de corte romántico el que Rodó invoque casi un siglo después e infiera por reiterada vez a sus lectores latinoamericanos. “Su genio podría definirse como el universo de los dinamistas, la fuerza en movimiento” señala Rodó tratando de caracterizar el genio de la nación estadounidense.  En otro pasaje de su libro se muestra crítico con relación al genio de esta nación en particular: “La idealidad de lo hermoso no apasiona al descendiente de los austeros puritanos. Tampoco le apasiona la idealidad de lo verdadero. Menosprecia todo ejercicio del pensamiento que prescinda de una inmediata finalidad, por vano e infecundo… La investigación no es para él sino el antecedente de la aplicación utilitaria”.

Y es que para Rodó también hay un genio hispanoamericano que, a su juicio, no se aviene con el igualitarismo-utilitarismo de la democracia yanqui. Señala el autor uruguayo al respecto lo siguiente: “Comprendo bien que se adquieran inspiraciones, luces, enseñanzas, en el ejemplo de los fuertes… Pero no veo la gloria, ni en el propósito de desnaturalizar el carácter de los pueblos, -su genio personal- para imponerles la identificación con un modelo extraño al que ellos sacrifiquen la originalidad irreemplazable de su espíritu”. Y aunque Rodó no niega la democracia ni mucho menos, sí cree que es preciso educarla en los elevados valores del espíritu para así evitar su degeneración por el igualitarismo-utilitarismo. Y no es otra la labor la que, a su juicio, compete a las nuevas generaciones de latinoamericanos.

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En síntesis, en vano se buscará en el Ariel un análisis que eche luz sobre la situación geopolítica de América Latina o una propuesta de medida política concreta. En sus páginas, las ideas brillan bajo los resplandores de un estilo modernista, pero debajo de estas no hay mayor soporte económico o político que las sustente, más allá de la idea de la unidad Latinoamericana. Por el contrario, Rodó parece volverse con delectación no tanto al positivismo de Comte como al idealismo romántico alemán y desde allí trata de defender su idea de la independencia del genio hispanoamericano ante la influencia poderosa del genio yanqui. Por último, considera que la democracia como régimen político está bajo examen, vale decir, que aún es preciso educarla y reformarla. Sin embargo, dada su marcada idea de superioridad individual, se advierte que Rodó está dispuesto a abandonar dicho régimen ante la primera amenaza igualitarista que se cierna sobre la alta cultura y sus espíritus selectos. Es, lamentablemente, lo que ocurrirá en el siglo XX cuando muchos de estos últimos abrasen el fascismo.

 


 

 

 

 

 

 

 


Canción - Luis de Góngora

Corcilla temerosa,

cuando sacudir siente
al soberbio Aquilón con fuerza fiera
la verde selva umbrosa,
o murmurar corriente
entre la yerba, corre tan ligera,
que al viento desafía
su voladora planta:
con ligereza tanta,
huyendo va de mí la ninfa mía,
encomendando al viento
sus rubias trenzas, mi cansado acento.


El viento delicado
hace de sus cabellos
mil crespos nudos por la blanca espalda,
y habiéndose abrigado
lascivamente en ellos,
a luchar baja un poco con la falda,
donde no sin decoro,
por brújula, aunque breve,
muestra la blanca nieve
entre los lazos del coturno de oro.
Y así, en tantos enojos,
si trabajan los pies, gozan los ojos.

[Con aquel dulce brío
que me da el soplo escaso
del viento al descubrir su planta bella,
sigo, esforzando el mío,
su fugitivo paso,
no más por alcanzalla que por vella;
ella mi intento viendo,
vuelve a mí la serena
süave luz, y enfrena
mi dulce alcance, el mismo efeto haciendo
sus luces soberanas
en mí que en Atalanta las manzanas.]

Yo, pues, ciego y turbado,
viéndola cómo mide
con más ligeros pies el verde llano
que del arco encorvado
la saeta despide
del parto fiero la robusta mano,
y viendo que en mí mengua
lo que a ella le sobra,
pues nuevas fuerzas cobra,
apelo de los pies para la lengua
y en alta voz le digo:
«No huyas, ninfa, pues que no te sigo».

Enfrena, oh Clori, el vuelo,
pues ves que el rubio Apolo
pone ya fin a su carrera ardiente.
Ten de ti misma duelo;
deponga un rato solo
el honesto sudor tu blanca frente.
Bastante muestra has dado
de cruel y ligera,
pues en tan gran carrera
tu bellísimo pie nunca ha dejado
estampa en el arena,
ni en tu pecho cruel mi grave pena.

»Ejemplos mil al vivo
de ninfas te pondría
(si ya la antigüedad no nos engaña)
por cuyo trato esquivo
nuevos conoce hoy día
troncos el bosque y piedras la montaña;
mas sírvate de aviso
en tu curso el de aquella,
no tan cruda ni bella,
a quien ya sabes que el pastor de Anfriso,
con pie menos ligero,
la siguió ninfa y la alcanzó madero.»

Quédate aquí, canción, y pon silencio
al fugitivo canto,
que razón es parar quien corrió tanto.


2

Donde las altas ruedas
con silencio se mueven,
y a gemir no se atreven
las verdes sonorosas alamedas,
por no hacer ruïdo
al Betis, que entre juncias va dormido;

sobre un peñasco roto,
al tronco recostado
de un fresno levantado,
que escogió entre los árboles del soto
porque su sombra es flores,
su dulce fruto dulces ruiseñores,

Coridón se quejaba
de la ausencia importuna
al rayo de la Luna,
que al perezoso río le hurtaba,
mientras que él no lo siente,
espejos claros de cristal luciente.

«Injusto Amor -decía-,
pues permites que muera
en extraña ribera
(que por extraña tengo ya la mía),
válganme contra ausencia
esperanzas armadas de paciencia».

La nostalgia del Inca o la memoria como privilegio

 

Estamos en pleno siglo XVI . Las costas del Pirú atraen a numerosos españoles de toda condición con un solo propósito: capturar su primer botín y empezar así a labrar su fortuna a costa de lo que sea. El alguna vez poderoso dominio de los incas ya toca a su fin. Son los primeros días de un nuevo tiempo marcado por el cataclismo de la Conquista. 

Son asimismo los días de las primeras uniones matrimoniales entre los españoles vencedores y las hijas de los incas vencidos. Matrimonios por conveniencia, por lo general, ya que estas descienden de la nobleza inca y conservan, en consecuencia, algunos privilegios: tierras, títulos, nombradía, etc. Nuestro autor, el Inca Garcilaso de la Vega, es fruto de uno de estos matrimonios, vale decir, aunque mestizo, no es un bastardo. De hecho, él forma parte de una primera generación de mestizos privilegiados que con el tiempo pasarán a España y tratarán de forjarse una posición allí. ¿Logró el Inca todo lo que se propuso al viajar muy joven y pleno de promesas a España? ¿Fue la frustración de no poder lograr su cometido lo que influyó para que, hacia el final de su vida, volviese la mirada a su pasado en el Perú y se entregase a la escritura?

Insistimos: nuestro autor no fue un engendro cualquiera de la Conquista, sin memoria de su origen como tantos otros mestizos bastardos o renegados. No sufrió la encrucijada de sus dos sangres de la misma forma que estos: como una maldición o un desgarramiento fatal. Nacido en el seno de un hogar formal, la memoria de su doble origen, lejos de perderse en el cataclismo de la Conquista, volvía con las voces de sus seres queridos: la voz de su madre india, la de su padre español, la de su tío materno el “Inca viejo”, etc. Su hogar era un crisol de historias y relatos sobre un tiempo que ya no volvería jamás (un tiempo que iba desde el gran esplendor de los incas pasando por la conquista de estos a manos de los españoles hasta las guerras civiles que protagonizaron estos últimos). O al menos así es como evoca nuestro autor el hogar familiar en muchos pasajes de su obra magna Comentarios Reales de los Incas. ¿Toma partido en esta obra por alguna de las dos sangres que confluyen en él?, ¿por la sangre de los vencidos?, ¿por la de los vencedores?

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Afirmaba el poeta Reiner María Rilke que la verdadera patria de todo hombre es la infancia. Louise Glouk, poeta estadounidense, es acaso más radical y señala: “miramos el mundo una sola vez, en la infancia. El resto es memoria”. La reedición del primer libro de Albert Camus, El revés y el derecho, incluye un sentido prefacio escrito por él. Para entonces habían transcurrido varios años desde la publicación de ese libro de su juventud y, en cierta parte del prefacio, Camus se expresa como sigue: “...por lo menos sé esto con conocimiento cierto: que una obra de hombre no es otra cosa que esa larga marcha para volver a encontrar por los rodeos del arte, las dos o tres imágenes sencillas y grandes a las cuales el corazón se abrió una primera vez”.

En todas estas referencias respira un mismo sentimiento: la nostalgia por lo años tempranos de la vida. Y suele ocurrir que mientras declina indefectiblemente esta última, dicha nostalgia tiende a aumentar. Una de las sagas más logradas de la literatura europea del siglo anterior lleva por título En busca del tiempo perdido. Su autor, Marcel Proust, pasó los últimos años de su vida, retirado y enfermo, dando cima a este sentido monumento a la memoria de sus años juveniles. ¿Y nuestro Inca Garcilaso de la Vega? ¿No fue movido por la nostalgia que redactó su obra magna Comentarios Reales de los Incas? ¿No es esta una historia del Perú de entonces redactada en clave de memoria personal? ¿Hay en la obra evidencia para sostener esto?

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Sabemos que cuando el Inca Garcilaso de la Vega empezó a redactar sus Comentarios Reales de los Incas tenía alrededor de sesenta años de edad. Así, ya habían transcurrido varios años desde que abandonó el Perú para instalarse en España: contaba nuestro autor con veinte años de edad cuando emprendió este viaje sin retorno. Sin embargo, la distancia no fue obstáculo para lanzarse a escribir sobre la tierra que lo vio nacer y donde transcurrieron sus primeros años de vida. Por el contrario: escribir sobre ella y, en especial, sobre su historia bajo el dominio de los incas y la suerte que sufrieron estos a manos de los españoles ¿no supuso para él una suerte de regreso al hogar y a las increíbles historias que allí se contaban? ¿no fue la memoria que guardaba de estas historias la base de su obra?

...yo las oí en mi tierra a mi padre y a sus contemporáneos, que en aquellos tiempos la mayor y más ordinaria conversación que tenían era repetir las cosas más hazañosas y notables que en sus conquistas había acaecido (…) y yo, como digo, las oí a mis mayores, aunque (como muchacho) con poca atención, que si entonces la tuviera pudiera ahora escribir otras muchas cosas de grande admiración, necesarias en esta historia. Diré las que hubiere guardado la memoria, con dolor de las que he perdido. (Garcilaso, 1976, p 13)

Desde las primeras páginas de la obra se advierte un esfuerzo de equidad o de justicia por parte del autor.  No es su intención poner en duda el dominio de la corona española y la misión de la Iglesia en el Perú, por el contrario. Sin embargo, no por ello va escamotear el indudable esplendor que tiene para él la historia de los incas, y la contará de un modo especial: nimbada por el lejano recuerdo de los años en que la oyó por primera vez de boca de sus parientes. Años de infancia y juventud en su hogar cuzqueño. De hecho, donde muchos cristianos ven una ruptura con el pasado bárbaro a propósito de la Conquista, nuestro autor ve una solución de continuidad: la labor civilizadora en el Perú no empezó con la Conquista, sino con el incario. Fue durante el incario que se logró unificar bajo un solo mando a los distintos pueblos aborígenes y rescatarlos “de su vida ferina” (Garcilaso, 1976). En esa medida, nuestro autor, en no pocos pasajes de su obra, parece justificar el expansionismo inca por su carácter civilizador.

Huayna Cápac estuvo algunos días en la isla dando orden en el gobierno de ella conforme a sus leyes y ordenanzas. Mandó a los naturales de ella y a sus comarcanos, los que vivían en tierra firme, que era una gran behetría de varias naciones y diversas lenguas (que también se habían rendido y sujetado al Inca), que dejasen sus dioses, no sacrificasen carne ni sangre humana ni la comiesen, no usasen el nefando, adorasen al Sol por universal Dios, viviesen como hombres, en ley de razón y justicia. (Garcilaso, 1976, p 216)

 

Se diría que, para él, la verdadera barbarie es anterior al incario. De hecho, no deja de demonizar a aquellos pueblos que se resistían o se rebelaban contra el dominio de los incas.

Fueles dicho por el demonio que lo acometiesen, que saldrían con su empresa porque tendrían el favor y amparo de sus dioses naturales; con lo cual quedaron aquellos barbaros tan ensoberbecidos que estuvieron por acometer el hecho. (Garcilaso, 1976, p 217)

 

Sin embargo, mientras la demonización que emprende un Pedro Sarmiento de Gamboa contra el linaje inca responde a una consigna política, cuando no a una cuestión de estado, la de nuestro autor tiene un carácter subjetivo: responde a una agenda personal de vindicación de su origen inca, y esto sin perjuicio de su origen español. Así, se diría que el propósito del Inca Garcilaso de la Vega con su libro tiene que ver menos con la política o la historia que con un sentimiento personal de nostalgia: es una cita con su pasado que es al mismo tiempo el pasado de su tierra natal. Sin embargo, ya decía Borges que los propósitos del autor con relación a su obra cuentan muy poco o nada en el inexpugnable devenir de la historia. Y los Comentarios Reales de los Incas con el andar de los años se convirtió en un relato casi subversivo: alentó en muchos caciques indígenas el orgullo por su linaje inca, y uno de estos –José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II- llegó a liderar la más grande rebelión andina durante la colonia. De hecho, sofocada dicha rebelión, la circulación o la sola mención del libro fue prohibida por las autoridades virreinales.


Referencia

De la Vega Garcilaso Inca (1976). Comentarios Reales I y II. Fundación Biblioteca Ayacucho.



Dos hombres sin cólera

 

La relación del escritor y su sociedad fue un tema de debate candente en los medios intelectuales a mediados del siglo pasado. En Francia, Jean Paul Sartre planteó la noción de literatura comprometida que era una especie de epítome de la ya existente literatura social. Así, según Sartre, el escritor comprometido presta su voz y su pluma a una causa social y política: la causa de quienes están indefensos ante los abusos del poder, cualquiera que este sea. Y no pocas veces en su vida el autor francés actuó en consecuencia. Allí está como ejemplo su apoyo a la causa de la independencia argelina del dominio colonial francés o su participación en las protestas del célebre Mayo francés. Sin embargo, en este artículo nos interesa destacar su papel en el Tribunal Rusell. Dicho tribunal fue creado por iniciativa de otro intelectual de renombre, Bertrand Rusell, y tenía como propósito juzgar, desde la jurisprudencia pertinente, la actuación del ejercito de los Estados Unidos en Vietnam. Sartre no solo participó en esta iniciativa como jurado –valoró todos los testimonios y pruebas incriminatorias-, sino que, además, tuvo a su cargo la redacción del documento que justificaba la condena final por genocidio al gobierno de los Estados Unidos (condena simbólica, naturalmente, sin mayores efectos prácticos). El documento en cuestión lleva por título, justamente, El Genocidio. Siglos antes, Bartolomé de las Casas redactó su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, documento que también comporta una condena sin ambages: en este caso, al exterminio de la población aborigen del Nuevo Mundo a manos de las huestes españolas. ¿Es, pues, Bartolomé de las Casas una especie de precursor de lo que Sartre llamaba escritor comprometido?

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Separados por los siglos y las distancias, dos hombres, Bartolomé de Las Casas y Jean Paul Sartre, cogen la pluma para dar cuenta del horror y condenarlo. Su condena, empero, no tiene un carácter literario, pasivo, no: tiene fines prácticos: el primero busca influir con ella en el ánimo del príncipe Felipe y su padre, el rey Carlo V de España, cuyas huestes están arrasando pueblos enteros en el Nuevo Mundo. La condena de Sartre, por su parte, es también la de todo un tribunal cuyo propósito es juzgar, desde la jurisprudencia pertinente, la actuación del ejercito de los Estados Unidos en Vietnam. Sin embargo, ni dicho tribunal, y mucho menos Sartre, tienen una competencia efectiva en este asunto: se trata de la iniciativa particular de un intelectual famoso como Bertrand Rusell. En otras palabras, se trata de una iniciativa sin mayor reconocimiento oficial.

No es el caso de Bartolomé de Las Casas cuyo texto, por cierto, tiene un único destinatario: el príncipe Felipe de España (y, a través de él, el propio padre de Felipe: el rey Carlos V de España). Así, Las Casas está investido no tanto de la dignidad de su saber como de una efectiva dignidad eclesiástica. Y si bien condena de forma tajante la actuación de la hueste española en las Indias, al mismo tiempo exime al rey de responsabilidad alguna en este sentido: simplemente no estaba al tanto de todo el horror que sus súbditos habían desatado entre los nativos. Sin embargo, ahora ya lo sabe, y el clérigo, en nombre de la fe que ambos profesan, exhorta al príncipe -y por medio de este a su majestad el rey- a poner fin a la destrucción de las Indias. ¿Supone esto para Las Casas la retirada de los españoles de los territorios recién descubiertos por ellos? De ninguna manera: renunciar a evangelizarlos no es una opción para él: es, de hecho, la principal misión de España cuando no un designio divino. Con la salvedad de que es preciso hacer esto sin violencia y más bien con el consentimiento de los nativos. ¿No tienen también sus almas una íntima aspiración hacia la Luz? A Las Casas le consta que sí, y no deja de reiterarlo en su texto: “Son esso mesmo de limpios e desocupados e bivos entendimientos, muy capazes e dóciles para toda buena doctrina, aptíssimos para recebir nuestra saneta fee cathólica…” (Las Casas, 1991, pag 8).

Pero entonces ¿cuál es la causa que defiende Las Casas?, ¿será de verdad la de los indios o es, en definitiva, la de la Iglesia?

Si se tratase de un clérigo cualquiera, de los muchos que abrazaban entonces la conjunción de la espada y la cruz, la respuesta no merecería ninguna duda: la Iglesia. De hecho, volviendo a Sartre, para este la existencia de un escritor comprometido era imposible bajo el Antiguo Régimen del trono y el altar, ya que entonces el escritor, el letrado, era el clérigo y solo él (Sartre, 1972). ¿Y acaso podía este abrazar una causa distinta a la de la Iglesia con su poder omnímodo sin afectar su relación con esta última y, en consecuencia, su propia fe?

Sin embargo, durante la segunda mitad del siglo anterior surgió una corriente de pensamiento dentro de la Iglesia que revaloraba la “opción preferencial” de esta por los más pobres: la teología de la liberación. Dicha revaloración, de hecho, tenía, y tiene, un marcado componente social y político. Su fundador, un peruano, el padre Gustavo Gutiérrez, ha escrito más de un libro desarrollando su pensamiento. Y otros sacerdotes han continuado su obra.  Bien es cierto que la Iglesia actual no es la misma a la que perteneció Las Casas: en tiempos del fraile, esta ostentaba un poder omnímodo, mientras que ahora se trata de una Iglesia en crisis cuando no secularizada. No en vano se han sucedido varias revoluciones contra el Antiguo Régimen desde la época de la conquista española del Nuevo Mundo.

Así, no es, no podía ser, Fray Bartolomé de las Casas, el autor de la Brevísima relación de la destrucción de las indias, un escritor comprometido tal y como lo entendía Sartre, pero sí podemos considerarlo un digno precursor de ese modelo de escritor que el autor de El Genocidio, y también personajes como el padre Gutiérrez encarnaron y encarnan ejemplarmente.

 

Referencias

Las Casas, Bartolomé De (1991). Brevíssima relación de la destrucción de las Indias. Editorial A. Er.

Sartre, Jean Paul (1972). Alrededor del 68. Losada.



Mirándonos en el espejo ecuatoriano

 

No está preso como su correligionario Jorge Glas, pero sí exiliado: hoy por hoy, volver a su país no es una opción para el expresidente Rafael Correa: el estado y los grandes medios se han encarnizado allí con su nombre: entre ambos lo han convertido en el principal enemigo de la nación ecuatoriana, para no hablar de la condena de varios años de cárcel que pesa sobre su cabeza. ¡Un enemigo, un partidario del comunismo que mientras ejerció la presidencia solo dividió y polarizó al país entre ricos y pobres! Sin embargo, ¿de verdad se han desembarazado para siempre de él? Su exilio en Bélgica ¿de verdad asegura el triunfo del nuevo gobierno restaurador? O es que la sombra del expresidente se proyecta, a la distancia, sobre este último. Su nombre, arrastrado como ha sido por el lodo, ¿no brilla aun en las conciencias de millones de ecuatorianos? ¿no es prenda de honestidad y justicia para ellos? ¿no los moviliza contra el gobierno restaurador? Las encuestas son claras en este sentido: el expresidente cuenta con un gran apoyo popular al revés de lo que ocurre con el actual presidente Guillermo Lasso. Y tanto más dudosa parece la solidez del gobierno de este último, por cuanto tiene su verdadero origen en la traición: quizá la más ruin de la historia humana reciente.

Todo el Ecuador lo vio, aunque no todos allí supieron o quisieron reaccionar a tiempo.

Así, cuando quisieron reaccionar ya era tarde: el presidente que habían elegido como sucesor y continuador de la obra de Rafael Correa, Lenin moreno, ¡ambos del mismo partido!, decidió asumir el discurso de los grandes medios: tras la polarización promovida por el expresidente Correa, era hora de la reconciliación, vale decir, de la repartija del estado entre los mismos de siempre (grandes medios, cúpulas empresariales y políticas, etc). Y no paso mucho tiempo antes de que la cólera atrasada de estos se desatara contra quien había osado ponerle coto a su poder: el exdictador comunista Rafael Correa.

La cruzada restauradora había empezado.

Así, con tal de que sirviera a sus fines, no les importó a estos cruzados aupar y usar a un traidor de la izquierda. ¡Semejante fruto podrido les había caído del cielo y eso bastaba para retornar al poder con ímpetus atrasados! Sin embargo, cinco años después, entre los cruzados no hay tranquilidad, ni mucho menos: el estado ecuatoriano por reiterada vez ha solicitado a la Interpol activar la alerta roja para la búsqueda y captura del prófugo de la justicia ecuatoriana Rafael Correa, y por reiterada vez la Interpol ha desestimado su solicitud. ¿Por qué será? Por su parte, los grandes medios hicieron lo suyo y convirtieron el exilio del expresidente en Bélgica en el objetivo de un par de misiones seudoperiodísticas: estas pensaban volver al Ecuador con las pruebas irrefutables de la opulencia en la que vivía el exdictador, y abundar así en el escarnio que hacen de él o de su nombre al menos. Ya podían ver los titulares: “Exdictador comunista vive como un magnate con el dinero de todos los ecuatorianos”. “Toda la verdad sobre la vida de lujos que lleva el prófugo Correa en Europa”.  Sin embargo, no encontraron nada: entre la vida académica, política y familiar, el expresidente sobrelleva su exilio con bastante parsimonia y sencillez. En su desconcierto, los sicarios mediáticos optaron entonces por la provocación abierta: seguir y sorprender al expresidente, asediarlo en plena calle y obtener, eventualmente, una reacción violenta que trasuntara su mala entraña comunista. “Ex dictador revela una vez más su odio a la prensa libre!”, rezaría el titular.

Creyeron que estaban en Latinoamérica donde suelen apelar a este tipo de maniobras con total impunidad, pero se equivocaron: el expresidente denunció a uno de estos seudoperiodistas ante la justicia belga y esta falló a favor del denunciante (el seudoperiodista fue condenado a una pena suspendida de tres años de cárcel y a pagar una indemnización). Pero mayor revés sufrió el propio estado ecuatoriano al conocerse en abril del 2022 otro fallo: emitido por el Comisariado General de Bélgica para Refugiados y Apátridas, en virtud del mismo el estado belga concedía la condición de asilado político al expresidente Rafael Correa. ¡Ahora era él quien recibía este beneficio que bajo su gobierno le fuera otorgado al periodista Julián Assange!

Y aunque dicho fallo no tuvo la resonancia que merecía en toda Latinoamérica, en el Ecuador echó luz sobre un hecho capital: el estado ecuatoriano ha sido reemplazado por una especie de tinglado corrupto montado sobre la sevicia y la traición. Tal es así que no tiene más objetivos que el de perseguir y aniquilar políticamente el partido del expresidente Correa, (y a él mismo), y enriquecer a sus acólitos a costa del interés público. Y todo esto mientras el país anda a la deriva.

Sin embargo, la victoria para Correa y sus partidarios, a propósito del fallo en Bélgica, fue además de legal y moral, promisoria.

Así, desde entonces se diría que los acontecimientos se han precipitado en el Ecuador: el exvicepresidente Jorge Glas, preso político, fue liberado y devuelto a prisión, sucesivamente, tres veces hasta que hoy está finalmente libre; en los comicios regionales de abril de este año, el partido del expresidente Correa arrasó, ganando en las principales plazas electorales: Quito Y Guayaquil.  Por último, el presidente Lasso fue sometido a un proceso de destitución por parte de la Asamblea Nacional ante las graves evidencias de corrupción en su contra, para no mencionar su ineptitud en la conducción del país. Sin embargo, un día después de empezado este proceso, el presidente, a fin de evitar su destitución inminente, invocó la figura de la muerte cruzada. En virtud de esta figura, fue disuelta la Asamblea Nacional y se procederá a convocar a elecciones generales anticipadas (tanto para el ejecutivo y la asamblea). Y el partido que mejor se perfila para las mismas no es otro que el de la Revolución Ciudadana. El partido de Rafael Correa.



Juana y Amarillis, mujeres condenadas

 

Luis de Góngora fue autor de una obra poética extensa y singular, de estilo recargado (barroco), que desde el primer momento despertó adhesiones y censuras entre los hombres de letras de su tiempo. De hecho, uno de sus críticos más mordaces fue el otro gran representante del barroco español: Francisco de Quevedo. 

Ahora bien, entre las adhesiones se contaba la de una mujer. Una mujer que se había iniciado, ya no solo en la lectura, sino también en la escritura de versos. Así, una de sus obras –Primer sueño- fue escrita precisamente bajo el influjo de la obra gongorina. Nos referimos a Sor Juana Inés de la Cruz, una monja mexicana, descendiente de españoles, cuya obra resulta tanto más singular por cuanto fue escrita en una época de veto para la mujer y lejos de la metrópoli, vale decir, del centro del barroco. Antes de ella, no hay otro ejemplo en la américa hispana de una autora con una obra tan lograda, salvo nuestra Amarillis indiana y su Epístola a Belardo. Si bien la discusión en torno a la autoría de este texto no está zanjada y hay quien aún sostiene que fue el español Lope de Vega –Belardo, el propio destinatario de la epístola- su verdadero autor y no nuestra Amarillis. ¿Cómo podía una mujer indiana en los confines del imperio español ya no solo saber leer y escribir, sino ejercer el oficio de las letras con semejante maestría?, podía preguntarse alguien. Acaso, en la mente de este inquisidor, esto solo es posible si se trata de una bruja, una loca, una posesa o una arpía. ¿Y no son esos lo cargos que se le hacían, y se le hacen aún, a la mujer que piensa por si misma? Cuánto más si tiene un temple poético y una belleza inquietante ¡La perdición en persona! ¿Eran bellas Amarillis y Sor Juana? Imposible saberlo, pero ciertamente tenían un temple poético. Y aunque ambas eran monjas, esto no les impedía pensar y crear por si mismas

Separadas por el tiempo, Amarillis y Sor Juana se diría que pertenecen a una estirpe de mujeres que llega hasta nuestros días: mujeres que respiran poesía y no por ello dejan de afirmar el mundo bajo sus pies.

Talvez en otras circunstancias ambas poetas hubieran enfrentado los cargos antedichos. Talvez, el hecho de pertenecer a una orden eclesiástica las puso, en principio, a salvo de toda sospecha.  A fin de cuentas, en aquel tiempo, la iglesia tenía un poder casi omnímodo que incluía su competencia exclusiva en materia educativa o cultural. ¿Cómo podían entonces dos mujeres dedicarse a leer y a escribir insaciablemente sin despertar los recelos de nadie? Pues, precisamente, viviendo retiradas en un convento. Allí, en la biblioteca del claustro, podían aplicarse a su labor creadora con el continente en paz. Fue casi un privilegio de su condición de vírgenes o monjas de clausura. Y es que ese era el único modo de escapar al destino que le deparaba la sociedad de su tiempo al común de las mujeres: vivir exclusivamente para ser buenas esposas y mejores madres para sus hijos.

Ignoramos la suerte que corrió nuestra Amarillis con su vocación poética: salvo  algunas pinceladas que ofrece de su vida en ciertos versos de la Epístola a Belardo, casi nada sabemos de ella. Ni siquiera hay certeza absoluta sobre su verdadera identidad, y así ha pasado a la gloria con el seudónimo que usó para firmar su famosa epístola: Amarillis. De la vida de Sor Juana en cambio tenemos abundante información, empezando por la consignada y publicada por ella misma en su Respuesta de la poetisa a la muy ilustre Sor Filotea de la Cruz. Así, sabemos que la vocación poética de sor Juana se desarrolló con relativa calma –leyó, escribió y publicó con su nombre- hasta que su buena estrella al parecer se eclipsó. Todo por escribir sobre una materia de competencia directa de la Iglesia: un texto de corte teológico llamado la Carta Atenagórica. Este salió a la luz contra la voluntad de la autora y fue contestado públicamente con otro texto de autoría del obispo de Puebla, quien firmó con un seudónimo femenino: Sor Filotea de la Cruz. Al parecer no quería rebajarse a firmar con su nombre una respuesta, que era también una reconvención, a una monja de clausura metida a poeta. En su texto, el obispo se diría que conmina a Sor Juana a renovar sus votos de obediencia y alejarse de las letras. ¿Acaso por ser poeta juzgaba ella que podía tentar las tinieblas de la apostasía? ¿No era antes que poeta una sierva de Dios?  Sor Juana lee el texto y puesta en tan difícil trance acaso se recoge en su celda de clausura. ¿Qué hará: callar y obedecer como lo dicta su fe católica o, por el contrario, defenderse y responder como conviene a esa otra fe no menos adorable?

Allí, en su celda, Sor Juana acaso ora ante la imagen de un Cristo crucificado y, luego de reconfortarse, se dispone a un último sacrificio, a una última transfiguración por la poesía.

Respuesta de la poetisa a la muy ilustre Sor Filotea de la Cruz, es una especie de manifiesto personal, donde la figura de Sor Juana se alza en toda su estatura intelectual, pero no para dar en el polvo con la Iglesia, sino para disponerse a bajar la cabeza ante esta. Allí, entre otras cosas, declara su amor culpable por el conocimiento y, en consecuencia, por los libros: un amor casi vedado a las mujeres de su tiempo. Así, este texto, sublime por lo demás, marcará un punto de inflexión en la vida de su autora quien, ante la amenaza de la Iglesia, finalmente optará por el silencio y dejará de escribir. “El claustro de un silencio a flor de fuego”, como diría Cesar Vallejo.

Cuatro años después de estos hechos, el 17 de abril de 1665, Sor Juana Ines de la Cruz morirá a consecuencia de una epidemia.



Pintor sombrío (Entrevista a Víctor Humareda) - Manuel Jesús Orbegozo

 

En un restaurant de La Parada, donde entran asaltantes disfrazados de buena gente y buena gente disfrazada de asaltante, Víctor Humareda, el sórdido pintor de Lampa, enfría su caldo de gallina. Son más de las doce de la noche y las yerbas nadan sobre la sopa. “A mí no me gusta el mar, pero me gustan las algas que como estas yerbas parecen verdes constelaciones, el color…, mira, verde-verde…y también me gustan los fideos porque son huidizos como fantasmas…se zafan de mi cuchara como anguilas…”.

Sube el vapor caliente hasta sus anchas narices, hasta su alma. Dice: “Siquiera una vez al año nos dieran caldo de gallina en la pensión…”

Y se ríe a carcajadas de la pensión. Y del hambre.

Tú, ¿alguna vez casi te has muerto de hambre?

Nunca, porque como, ahí mismo.

Come para vivir, Humareda, porque le tiene pánico a la muerte. “Le tengo tanto miedo que en mi sueño me atrapa, me aprieta la garganta, entonces me despierto acezando como si acabara una gran carrera…pon si quieres que soy cobarde con la muerte…”

En su atelier -¿qué atelier puede ser éste donde no hay ni anchas ventanas de luz?- Humareda vuelve a repetir que le tiembla a la muerte. Su atelier es el cuarto 283 del “Hotel Lima” donde vive doce años. Departamento que parece un cuadro de dos x tres con un marco de soledad infinita. “Nadie tiene idea de mi soledad… aquí en mi encierro parezco un animal del zoológico…¿tú has visto esos animales que dan vuelta y vuelta sobre sus propios pasos… día y noche?”

En su atelier -¿qué atelier es este?- hay pomos de aguarrás vacíos con una costra de polvo endurecida por los años; hay chisguetes pisoteados; una mesa con un corcho, un guillete, un periódico y una carta –“mi madre es la única que me escribe”-; un sillón despanzurrado, donde yace su saco sin botones y su pantalón de ajedrez. Y soledad, demasiada soledad.


“Y, nada más tiene el pobre”.

Sí, tengo otro terno, el que tengo puesto, pero este es solo para visitar las exposiciones.

Y para visitar a tus maestros, a tus…

Mis maestros son Goya Lucientes. Gutierrez Solana, y Daumier –se escribe d-a-u-m-i-e-r, el Greco del “Entierro del Conde de Orgaz”, El Tintoretto…

Y también…

No, esos son unos enanos, en comparación…pero no pongas esas cosas porque me voy a quedar más solo…tú ¿nunca has estado solo?...yo soy como un animal…después de un rato mis amigos comienzan a aburrirse de mí…Soy feo, pero es más feo que yo busque tanto la soledad…me ven hacer muecas y se van…nunca más regresan…”

“Este está loco, ¿qué pintor va a ser éste…?

-Sí, soy pintor desde que nací. A los dieciocho años vine a Lima. Ingresé a la Escuela de Bellas Artes, ahí estuve seis años. Al egresar obtuve una bolsa de viaje para ir a Buenos Aires…nunca he recibido tanta plata…creo que eran dos mil soles… En Buenos Aires estudié con Urruchúa, pero pon que mis maestros son Velásquez, Goya, ¿ya pusiste Goya…?

En el mundo de La Parada, Víctor Humareda se distrae viendo pasar a los mendigos descascarando plátanos, con sus latas de atún llenas de pedazos de pan y sobras de arroz chaufa. “¿Qué quieres que pinte si yo sólo vivo en este medio, en medio de esta miseria…yo no puedo pintar naturalezas muertas con botellas de whisky y muñecas…yo tengo que pintar viejas flacas, esqueléticas, chismosas, tuertas…me gustaría vivir en un castillo rodeado de bufones, caballeros con arandelas de color…yo debí haber nacido en el siglo XVIII…”.

“Este está loco…éste parece…”

¿Qué parezco? Habla…si te digo que soy un genio, te ríes; si te digo que nadie pinta como yo, te ríes, dices que estoy loco…entonces no me preguntes nada…yo soy un ególatra…soy raro…a veces voy por el jirón de la Unión para ver qué cara ponen los que me conocen cuando me ven pasar rápido como el viento…todos piensan lo mismo que estás pensando tú, ahora…¿qué crees que piensan..? Otras veces voy a un cine del “centro”, el boletero me queda mirando, me mira, “pase” me dice; adentro me siento como “el Convidado de Piedra” hasta que me aburro y me salgo, me voy al “Alameda”, ahí sí estoy como en mi casa…”

¿Qué diferencia encuentras entre…?

Del cine del “centro” salgo con catorce soles menos y pulgas, pocas pero de buena familia…

En un salón local de exposiciones, el cáustico, el sombrío, el que se gana la vida haciendo retratos en los bares, muestra su obra actual. Allí nadie cree que él es el autor. Como un oso, atrapado por una corbata que le fastidia, Humareda se detiene a veces frente a “Pierrot”. “Pierrot” es una figura demasiado triste para llamarle Hamlet (“Ah, pon que me gusta Shakespeare, tú no has puesto que he visto teatro ingles en estos días”). Luego se detiene frente al cuadro.

“San Cosme” que aparece naciendo de las sombras, con sus recovecos donde se esconde la miseria que es un libro abierto para los sociólogos y una distracción para los del “Cuerpo de Paz”. De pronto, el sol ¡pum! cae como un dardo sobre un costado del cuadro haciéndolo sangrar en rojo y oro.

Ahí, está también una “Loca con su sombra”, contándose sus cosas; hay unos “Hombres con mascara” que parecen una pesadilla; y un “Cabaret” pero no de esos de a dos por medio que Humareda suele frecuentar, por que él quisiera ver bañándose a Popea, por que Humareda como Di Cavalcanti el gigante brasileño, clama también:

¡Yo soy pintor, pero también soy hombre!

Humareda debe ser una especie de jorobado de Notre Dame si es que se le voltea como un guante. Adentro debe estar apiñado de sartres, de kafkas, de poes, de hesses, de baudelaires “pon todos los hombres sórdidos que quieras, todos los que han amado la soledad como una necesidad y no como una pose… pon que me gustan los corsés, las risas de las locas…las ratas…los murciélagos…y que detesto la política tanto como la pintura que no tiene forma ni color…”

“Este parece…”

Mejor no escribas nada, mejor no me hagas nada…anda recibe a Goulart…ese debe interesar más a tus lectores…hasta mañana…mañana regresaré a las diez…”

Se han pasado muchas “mañanas” y Humareda no ha regresado aún.

                                                                                                              El Comercio Gráfico, 6 de abril de 1964



Cantos de Máldoror (fragmento) - Conde de Lautremont

Hay que dejarse crecer las uñas durante quince días. Entonces, qué grato resulta arrebatar brutalmente de su lecho a un niño que aún no tiene vello sobre el labio superior y, con los ojos muy abiertos, hacer como si se le pasara suavemente la mano por la frente, llevando hacia atrás sus hermosos cabellos. Inmediatamente después, en el momento en que menos lo espera, hundir las largas uñas en su tierno pecho, pero evitando que muera, pues si murieran, no contaríamos más adelante con el aspecto de sus miserias. Luego se le sorbe la sangre lamiendo sus heridas, y durante ese tiempo, que debería tener la duración de la eternidad, el niño llora. No hay nada tan agradable como su sangre, obtenida del modo que acabo de referir, y bien caliente todavía, a no ser por sus lágrimas, amargas como la sal. Hombre, ¿nunca has probado el sabor de tu sangre, cuando por accidente te has cortado un dedo? Es deliciosa ¿no es cierto?, porque no tiene ningún sabor. Además, ¿no recuerdas el día que, en medio de lúgubres reflexiones, llevabas la mano formando una concavidad hasta tu rostro enfermizo empapado por algo que caía de tus ojos; la cual mano se dirigía luego fatalmente hacia la boca que bebía a largos sorbos, en esa copa trémula, como los dientes del alumno que mira de soslayo a aquel que nació para oprimirlo, las lágrimas? Son deliciosas, ¿no es cierto?, porque tienen el sabor del vinagre. Se dirían las lágrimas de la que ama apasionadamente; pero las lágrimas del niño dan más placer al paladar. El niño no traiciona pues todavía no conoce el mal, mientras la que ama apasionadamente acaba por traicionar, tarde o temprano...lo que adivino por analogía, aunque ignoro qué son la amistad y el amor (y es probable que nunca los acepte, por lo menos de parte de la raza humana). Y ya que tu sangre y tus lágrimas no te disgustan , aliméntate, aliméntate con confianza de las lágrimas y la sangre del adolescente. Tenle vendados los ojos mientras tú desgarras su carne palpitante; y después de haber oído por largas horas sus gritos sublimes, similares a los estertores penetrantes que lanzan en una batalla las gargantas de los heridos en agonía, te apartarás de pronto como un alud, y te precipitarás desde la habitación vecina, simulando acudir en su ayuda. Le soltarás las manos de venas y nervios hinchados, permitirás que vean nuevamente sus ojos despavoridos , y te pondrás otra vez a lamer sus lágrimas y su sangre. ¡Qué auténtico es entonces el arrepentimiento! La chispa divina que existe en nosotros y que sólo muy pocas veces se revela, aparece demasiado tarde. Cómo rebosa el corazón al poder consolar al inocente a quién se ha hecho tanto daño: “Adolescente que acabas de sufrir dolores crueles, ¿quién ha sido capaz de cometer en ti un crimen que no sé cómo calificar? ¡desdichado de ti! ¡Cómo debes sufrir! ¡Si lo supiera tu madre, no estaría ella más cerca de la muerte, tan detestada por los culpables, de cuánto lo estoy yo ahora. ¡Ay! ¿Qué son entonces, el bien y el mal? ¿Son acaso la misma cosa que testimonia nuestra furibunda impotencia y el ardiente deseo de alcanzar el infinito por cualesquier medios, por insensatos que fueren? ¿O bien son dos cosas distintas? Si...es mejor que sean la misma cosa...porque de no ser así ¿Qué me ocurrirá el día del Juicio Final? Sagrado rostro, es el mismo que acaba de quebrar tus huesos y desgarrar esa carne que cuelga de diversos sitios de tu cuerpo. ¿Es acaso un delirio de mi razón enferma, es acaso un instinto secreto que escapa al control de mis razonamientos, y similar al del águila que desgarra su presa, lo que me ha impulsado a cometer este crimen? ¡Y con todo yo he sufrido a la par de mi víctima! Adolescente, perdóname. Cuando hayamos abandonado esta vida efímera, quiero que ambos formemos un único ser, tu boca íntimamente unida a la mía. Pero aún así mi castigo no será completo. Tendrás, además, que desgarrarme sin detenerte nunca, con los dientes y las uñas a la vez. Adornaré mi cuerpo con guirnaldas perfumadas para este holocausto expiatorio ; y entonces sufriremos los dos, yo por ser desgraciado, tú por desgarrarme...con mi boca unida a la tuya. ¡Oh, adolescente de cabellos rubios, de ojos tan dulces! ¿Harás ahora lo que te pido? Quiero que lo hagas a pesar tuyo, para que mi conciencia vuelva a ser feliz”. Después de hablar en estos términos, habrás hecho daño a un ser humano, pero al mismo tiempo serás amado por él; es la mayor dicha que pueda concebirse. Más adelante podrás internarlo en un hospital, porque el lisiado no podrá ganarse la vida. Un día te llamarán magnánimo, y las coronas de laurel y las medallas de oro esparcidas sobre el gran sepulcro ocultarán tus pies descalzos al rostro del viejo. ¡Oh tú, cuyo crimen no quiero escribir en esta página que consagra la santidad del crimen!, me consta que tu perdón fue inmenso como el universo. En cuanto a mí, todavía existo.

Cálamo Currente - Jhonatan Estrada

 

                            A Pedro Cueva, el desquiciado insurgente de los márgenes de la sombra.

 

 

El campo florido de los cielos mustios

fue el proscenio de la tragedia representada.

Los olmos cómplices, los escondites perfectos

y las bancas silentes los aliados invisibles.

 

El helado termómetro de las tensas arterias que se esfuerzan

por mantener en pie al torpe vigía que escudriña los pasos

de la cárdena nereida,

derruye la paciencia del nervio hecho tensión.

 

Desde su ángulo perfecto,

él cavila disparatados proyectos…

y empresas dislocadas con posibilidades remotas

de hacer lo que la costumbre ha matado en la práctica repetida.

Más toda presencia o movimiento en el cuadro imaginario de sus ojos

hacen de la desgracia un lamento.

 

Pero empeñado el Olimpo en dar de a gotas su brebaje bermejo,

el espía confunde la cicuta con almibaradas cortesías.

 

El rizo áureo danza,

y los tobillos sostenidos por un coqueto capricho

se envuelven en un morado vellocino

como llevando una procesión incesante

donde el remedo de su alegría es nostalgia

y cansancio de hermosura;

porque la belleza duele tanto para la Gioconda

como a Leonardo le fue parirla.

Y el diablo a veces captura lo que Dios es incapaz de ofrecer;

en el lente de su abominable retina

donde ahora aparecen perpetuos

los destellos de una creación divina.

 

Y los faroles mustios,

y las bancas frías;

abandonan su modorra de la noche tranquila

para invitar al júbilo del espía

que muere de no saber que ha vivido todavía;

y huyendo sin ser perseguido

le canta al silencio del sendero empedrado

y come ansias de la orate consecuencia

y respira flores tan sólo de saber

que ha logrado vivir un día perpetuo en su pupila.

La sacerdotisa

  Eran los días de la pandemia, días inciertos de zozobra general con todos nosotros encerrados, enclaustrados,                 ...